La Andorra del invierno es lo bastante conocida y casi siempre es la imagen del frío y la nieve la que puebla el imaginario de uno cuando la recuerda. Pero en verano se descubre una Andorra que en invierno queda un poco soterrada por el blanco, la que permite descubrir los parajes naturales a pie con el tempo de la naturaleza a través de propuestas de senderismo para todos los niveles, pero también una oferta de ocio vinculada a la naturaleza que tiene un vínculo con la aventura, la velocidad y la adrenalina. Andorra es tierra de contrastes, Andorra sabe ofrecer lo mejor de sí misma contentando tanto en los que buscan la esencia de su origen como las propuestas más mainstream. Tanto en el ocio como en la cocina.

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El Valle de Incles / Foto: Jordi Domènech

Las bordas son establecimientos de restauración especializados en una cocina tradicional que, antes de los años 70 eran establos o graneros y ante de la avalancha de afluencia de turistas, se reconvirtieron en restaurantes para ofrecer recetas que, hasta hace 50 años, no se habían compilado, sino que se habían pasado de generación en generación gracias a la tradición oral. Esta tierra tiene un carácter de tierra de nadie, porque ni españoles, ni catalanes, ni franceses consiguieron doblegarla, o solo lo hicieron parcialmente, a través de huellas en el recetario que sus visitantes dejaron. Así, la cocina de hervor bebe de la tradición catalana, pero incorpora la confite francés, por poner un ejemplo.

La cocina de alta montaña se conecta con un paso del tiempo que, hasta no hace mucho, era lento. Sin prisa, sin injerencias destacables, con las generaciones adaptándose a la naturaleza y a cómo esta evoluciona con las estaciones y sus condiciones climatológicas en un entorno que es difícil y a menudo, agreste. Cocina de aprovechamiento y de subsistencia que históricamente se ha nutrido de la ganadería, la agricultura y la recolección, comiéndose lo mejor del territorio cuando tocaba: setas en otoño, huerta a finales del verano...

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Picadillo de borda / Foto: Marta Garreta

Andorra ya ha aprendido a conquistar a sus visitantes todo el año. Una Andorra ofrece un ocio basado en la compra, en los espectáculos como los de Circ du Soleil (ahora con el espectáculo Fiesta) o las fuentes lumínicas en el compás de la música clásica de Andorra la Vieja, que amenizan la villa cada noche; o Caldea y su oferta que conecta con el relajamiento y la experiencia a través del agua. Esta Andorra tiene una propuesta hotelera para todos los bolsillos, asociándose con estrellas Michelin como Nandu Jubany, haciendo doblete en el Diamant y al recientemente inaugurado Hincha, en el MiM (y todo el mundo se enamora de sus pizzas o del carpaccio de tres texturas de carne), o el chef Albert Ventura, que ha llevado el célebre Coure barcelonés al Hotel Starc, con un corolario de hits imperdibles como su tortilla de bacalao con su pil-pil à la minute o un Wellington canónico sabroso, sin olvidar unas perdices con gnocchi de trufa que enaltecen una cocina de sabor e intensidad. Un pequeño frenesí en el paraíso.

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Perdices con gnocchi de trufa del Cobre / Foto: Jordi Domènech

La otra Andorra se pausa cuando se abandona la capital. En Soldeu encontramos el Valle de Incles, apta para todos los niveles de aficionados a caminar y al senderismo, y peligrosa para los de alma sensible, porque un simple paseo te roba el corazón. El estómago también tendrá un match gastronómico de altura, porque aquí encontramos Koy Soldeu, de Hideki Matsuhisa y el Ibaya de Francis Paniego, recientemente distinguido con una estrella Michelin. Ambos se localizan en el Sport Hotel Hermitage & Spa. Paco Méndez, de La Massana, aterrizó hará unos dos años con TOC y justo en los pies de la entrada en el Valle de Incles se encuentra una nueva incorporación a la oferta gastronómica y hotelera: en el nuevo Serras Andorra Luxury Boutique Resort & Spa se encuentra Bruna, el restaurante de la casa que asesora a Marc Gascons (que también lidera el Informal, el restaurante del Serras en Barcelona).

En Bruna, Gascons recrea algunos de los éxitos del Tinars, pero realiza un honesto ejercicio de representación del paisaje: desde incorporar la vaca parda de los Pirineos y los quesos de la zona en la carta a involucrar pastores (con sus ovejas pastando en el prado contiguo y poniendo banda sonora al lujo con cascabeles alegres) o apicultores (que elaboran miel km.0 para el restaurante). No falta el reconocido steak tartar con patatas y huevos de Calaf, pero la carne es parda. Tampoco las vieiras con tocino y patata enmascarada. Aquí, sin embargo, esta patata mezclada con butifarra del perol, tiene más sentido porque recuerda al trinxat en un mar y montaña sublime. Y ojo: es un secreto a voces que tiene la mejor bodega de vinos de la zona, con unas 220 referencias que en invierno alcanzan casi las trescientas.

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Vieiras con tocino y patata enmascarada del Bruna / Foto: Jordi Domènech

Lo que une las dos Andorras y sus acentos es el tiempo, que se mueve al ritmo de la brisa que siempre corre, y el sol, que parece no tener prisa al esconderse. Este es el ánimo de un verano en el Principado que alegrará muchos paladares exigentes en una variada oferta que va desde la tradición de las bordas a la alta gastronomía, en un escenario de paisajes de tonalidad de verde con salpicaduras de color. Las experiencias completas en el paraíso, existen.