El café de especialidad es un milagro, pero tiene un problema: es la mar de difícil encontrar un lugar donde tomarlo después de las 17 h o las 18 h de la tarde. Quizás es porque a pesar de la gran oleada de la bebida con cafeína que cubre la ciudad, los negocios todavía se encuentran en un momento incipiente como para doblarse el personal que permitiría hacer horarios más extensos. Y lo entiendo. Trabajar en la hostelería no tendría que esclavizar a nadie. Pero en La Fuga, que abre de 9 h de la mañana a 23 h de la noche para ofrecer desayunos, comidas, meriendas, copas y cenas, se lo puede permitir y, así, se convierte en un refugio ideal a cualquier hora.
La Fuga es un bar, una cafetería y un restaurante, todo al mismo tiempo. Tiene una barra larga donde hacer una cerveza o una tónica de pomelo Thomas Henry, mesas donde comer cómodamente, un patio donde merendar cuando hace bueno y un sótano lleno de antiguos sofás comodísimos donde pasar la tarde charlando de banalidades, mantener reuniones importantes o, simplemente, leyendo o trabajando en compañía de una buena banda sonora.
Bicicletas, maillots y pósteres de carreras ciclistas decoran las paredes de las dos plantas de este local de aires industriales, pero cálidos, con una vajilla bonita y cuidada (es un gusto beber la limonada de olivas de Le Tribute en un tumbler biselado) donde al mediodía se llena del aroma de la salsa de tomate que humea en la cocina.
Porque aquí, los platos de pasta fresca hecha en casa son el pilar central de la oferta de comidas, rellena o sencilla, pero siempre cocinada amorosamente y llevada a mesa con la celeridad y la bondad que caracteriza a cualquier restaurante italiano. No hay menú, pero sí carta y fuera de carta, y esta última fue la que me atrapó: había cosas como lasaña de mejilla de ternera, gnocchi con pesto, pulpette de pollo y guanciale con salsa de yogur y tomillo o los plin de carne in brodo (11,80 €), que escogí y que fueron una bendición en un día muy ventoso de este febrero.
Aunque pueda parecer que La Fuga es un lugar despeinado, en el buen sentido, todo está cuidadosamente pensado. Un buen ejemplo de eso es la selección de bebidas, afinada hasta el extremo con la propuesta de un maridaje concreto para cada plato fuera de carta. En mi caso, por los deliciosos rollitos de carne que flotaban tranquilos dentro del plato de caldo, acertaron con un cava Mirgin Alta Alella (la copa, 5,70 €). De postre, también opté por los fuera de carta: naranja con miel de azahar, pasas y menta. Una manera sencilla, poco vista y sabrosa de aliñar una fruta común que a estas alturas ya hemos comido transformada de mil maneras.