Joana Molina es una histórica de las barras con más gracia de la ciudad, desde el mítico Heliogàbal de los 2000 —realmente, allí pasó de todo: conciertos desenfrenados, recitales de otro planeta, noches que cambian el marcador... Era chispa de mil proyectos y movidas— en el Morro Fino o La Rovira, donde conoció a Arek, un polaco alto y con rastas que, mira por dónde, acabaría siendo su socio en el Bar Olaf.
El Bar Olaf está en un sitio privilegiado, en una esquina soleada de la popular plaza Maragall, bisagra entre barrios (Congrés y Guinardó) y futuro emplazamiento de la nueva estación de metro de la línea 9. Tiene terraza y un interior espacioso y acogedor al mismo tiempo: hace de buen estar. Sobre todo por la simpatía de los dueños y por la manduca que merece un párrafo aparte.
Por si todo eso no os pareciera suficiente, Joana tiene muy buena mano con los guisos
Joana no quería una carta con lo típico, así que no tienen jamón ni croquetas, pero con un poco de imaginación se ha sacado de la manga mucha magia: por ejemplo, en vez de los embutidos habituales tienen chicharrón de Cádiz (7,95 €) y cecina de wagyu (14,5 €); para picar hacen esgarraet (pimientos escalivados, bacalao y ajo confiado, clásico valenciano que nunca falla, 8,8 €), unos champiñones confitados con queso cebreiro buenísimos (8,4 €) o una berenjena escalivada con salsa de cacahuete, soja y lima deliciosa (9,9 €). Bocadillos hay dos que triunfan: el de roast beef con cebolla caramelizada, emmental y mayonesa de la casa (10,95 €) y el cochinita pibil con cebolla encurtida y mayonesa de jalapeño (10,95 €). Por si todo eso no os pareciera suficiente, Joana tiene muy buena mano con los guisos y su fricandó (9,95 €), sus albóndigas (9,95 €) o su caponata (plato siciliano a base de chanfaina agridulce de berenjena, apio, tomate y cebolla, (7,8 €) son para chuparse los dedos. En el tirador tienen Águila y 1870, y de cervezas artesanas, algunas polacas bien escogidas por Arek. También todo tipo de orujos y licores de aquellos que van tan bien para alargar la sobremesa.
Y antes de que os lo preguntéis, ya os lo respondo yo: cuando trabajaban juntos en La Rovira, una compañera decía que Arek, tan espigado y simpático, se parecía a Olaf, el muñeco de nieve de Frozen. Y cuando buscaban nombre para el nuevo bar que les acababan de traspasar, les vino a la cabeza la broma y como era corto y sonaba bien y se recordaba fácilmente, no se lo pensaron dos veces y lo bautizaron así.
Olaf abre de seis de la tarde a medianoche de martes a sábado. El viernes, sábados y domingos también abren al mediodía, de doce a cuatro. Cierran el domingo por la noche y lunes. Olaf es de aquellos bares de toda la vida que hacen barrio, familiares y alegres. Todo el mundo se conoce y todo el mundo es bienvenido —ahora, por ejemplo, hace extras la hija de una cliente, es lo más normal. Abrieron en septiembre del veintidós, pero ya es como si siempre hubiera estado.