Encontrar un sitio donde disfrutar de buena cocina catalana en el centro de Barcelona no es fácil. Hay sitios caros, sitios malos y sitios sin alma que cuelgan de alguna gran empresa. Pero en la calle Calvet, junto a la plaza Francesc Macià, hay un rincón auténtico regentado por un chef que trabajó en el Bulli y que ofrece raciones abundantes de platos catalanes tradicionales a un precio muy razonable.
Un bar popular en la parte alta
En la esquina de las calles Calvet y Avenir hay un bar muy especial. Se trata del Colmado Wilmot, un restaurante de cocina tradicional donde también se pueden comprar algunos comestibles. El Wilmot es un lugar pequeño regentado por Eugeni de Diego. El espacio te recibe con un escaparate de productos que tiene buena pinta; a la izquierda, cuatro mesas llenan una parte del comedor, y a la derecha, una barra y algunas mesas más ocupan un rincón más íntimo desde el cual se vislumbra la cocina. Se trata, como bien indica el nombre, de un colmado, una tienda de comestibles que hacen salivar: tomates, embutidos, latas de conserva, aceite... el escenario ideal para dar hambre. La decoración es sencilla, con las paredes claras, luz cálida y sillas de madera. Un escenario aparentemente sobrio, si no fuera por el bullicio de gente en el interior y en la terraza y el continuo desfile de platos.
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El servicio del restaurante, en un día que, por lo que nos dicen, es especialmente ajetreado, es muy amable y está atento a todo lo que necesitas
En el Wilmot hacen desayunos, comidas y cenas. Tienen una oferta muy variada, con tapas, bocadillos, carne, pescado, pasta o postres, además de una buena oferta de vino. A diferencia de otros sitios con una amplia oferta de comida, en el Colmado Wilmot todo es bueno. Te puede gustar más un plato que otro, pero todas las bandejas que vemos desfilar—de aquellas metálicas de toda la vida donde sabes que lo que se sirve tiene que ser bueno— tienen muy buen pinta. Al fin y al cabo, también se come por los ojos, y aquí te podrías atiborrar solo de ver pasar esqueixades, ensaladas y fideos.
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Una comida redonda
El servicio del restaurante, en un día que, por lo que nos dicen, es especialmente ajetreado, es muy amable y está atento a todo lo que necesitas. Después de alguna recomendación y con los dientes largos, empezamos a comer. Empezamos la comida con una gilda grande, jugosa y sabrosa y unas croquetas caseras exquisitas de asado de pollo. Probamos también la ensaladilla rusa y la esqueixada de bacalao, dos platos fríos que son deliciosos. Y para acabar con los entrantes, la tortilla de patata con chistorra a la sidra, un pintxo buenísimo ideal para acompañar con pan.
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Con respecto a los platos fuertes, escogemos las albóndigas y el plato estrella de la casa: los fideos a la cazuela. Los dos platos son buenísimos, pero conviene tener hambre para poder acabarte una ración. Uno de los puntos fuertes del restaurante es que puedes pedir medias raciones de la mayoría de platos, tanto por si quieres probar más cosas como por si simplemente quieres comer menos. De albóndigas, comemos media ración, pero de fideos nos traen una entera. La diferencia se nota, y con la entera acabamos bien llenos.
Pero no nos podíamos ir sin probar los postres. Escogemos el flan y la torrija, dos postres golosos y muy ricos. Es especialmente buena la nata que acompaña el flan; hecha casera y servida en abundancia. Por el contrario, la torrija es un poco demasiado abundante. Se sirve una ensaimada entera cubierta de una potente salsa de caramelo. Unos postres más bien pensados para compartir entre un grupo de 2 o 3.
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En el Colmado Wilmot se come muy bien. De hecho, el principal inconveniente es encontrar sitio, así que conviene llamar y hacer reserva. Pero si eres previsor, o si tienes suerte y te dan mesa, disfrutarás de una comida excelente con platos típicos de la cocina catalana que ya casi no se encuentran en ningún sitio. Y todo con raciones que rondan entre los 7 € y los 15 €.