Si las reseñas reconocen el buen trabajo hecho, Cal Bonete merece una aunque este viernes se despida del barrio, de la ya destruida Colònia Castells, con un vermú popular. ¿Por qué? Porque 50 años alimentando a trabajadores por un precio módico (hoy, 12 euros) es toda una gesta (de hecho, los celebran este martes con una copita de cava). Y no solo eso: hacerlo con el trato de quien te pone un plato en mesa en casa, sea escudella mezclada, pastel de carne, cena de letras, riñones saltados o pare en la jardinera, necesita que nos pongamos de pie y procedemos a la ovación.

Los platos rayados de tantas cucharadas que han recibido, las mismas baldosas de finales de los 60, las lámparas que ahora ya solo se encuentran a anticuarios o a bares nuevos que se hacen los viejos, trofeos de competiciones deportivas de los hijos y botellas antiguas de licores en los estantes. Así se presenta Cal Bonete y así cerrará, con la pizarra en el umbral de la puerta, que sobresale una pizca de la fachada, y te indica que allí encontrarás la teca que te hace falta. Por descontado, y a fin de que no tengamos que volver a fuera a mirar qué pediremos, otra pizarra, preside la sala como el cuadrado de Malevich, donde nos embelesamos un buen rato, saltando de plato en plato, configurando la mejor solución a nuestra sagrada hambre.

El menú de Cal Bonete / Foto: Rosa Molinero Trias

La sala de Cal Bonete era, originariamente, un garaje. Hoy, en venta con el piso de arriba, una larga barra con sus taburetes altos, negros y metálicos, de aquellos que hacen un ruido tan reconocible cuando los arrastramos, divide el espacio casi por la mitad. La cocina está en el fondo y, en la otra banda, se extienden unas cuantas mesas y sillas. El ama, en bata, con la actitud resolutiva y simpática de quien lleva un restaurante que funciona y contenta, va llevando los platos de dos en dos y la escena da la impresión de ser en el comedor de casa de una familia numerosa donde se come muy bien.

"Hace más de 30 años, a las 7 de la mañana, llenábamos el codo de la barra de mezcla por los obreros que trabajaban en los alrededores", explica Carmen Montfort, a la propietaria, que lleva 17 años ocupándose ella sola de todo. "Mi abuelo siempre decía que teníamos que montar una granja porque había mucha industria por los alrededores, y lo acabamos haciendo allí donde él aparcaba su camión en el cual repartía cerveza por toda la ciudad". Pero es por la bisabuela que Cal Bonete se llama así: la familia, carbonera, recibía este sobrenombre en el antiguo pueblo de las Corts.

El espacio Cal Bonete / Foto: Rosa Molinero Trias

Calidad, producto y servicio. Así define Montfort las claves del éxito mientras explica varias anécdotas que hacen ver cómo se da buena mano de tratar con proveedores y clientes gracias a todos estos años de experiencia que han suministrado la historia Cal Bonete, una historia que tenemos que no olvidar nunca, que nos tiene que anclar al pensamiento para saber valorar qué comemos, cómo lo comemos y dónde lo comemos. Porque haber comido en Cal Bonete es tener la prueba que, en demasiados sitios, nos engatusan.

Cena de letras Cal Bonete / Foto: Rosa Molinero Trias

La Colonia, que no fue creada para alojar a los obreros sino como proyecto urbanístico de casas baratas, fue nombrada Castells por Manuel Castells y Carles, empresario xaroler del Pallars, que en 1873 compró la fábrica de charoles y pieles de Josep Bonafont para hacer una industria de hules y barnices. Fue su viuda quien proyectó la urbanización de la zona que más tarde tendría los alquileres más bajos de toda Barcelona y que acogería obreros de las fábricas vecinas, catalanes, valencianos y murcianos y, de rebote, el principal núcleo anarquista de la ciudad.