Si yo fuera un queso o un vino, querría vivir en Món Vínic (Diputació, 251). De hecho, no lo soy y también querría vivir en Món Vínic. Yo y todo el resto de apasionados por el vino y por el queso, sumilleres, turistas y locales iniciados o noveles en este mundo, que se quedan atrapados en la silla o ante las más de 4.500 referencias de vino que pueblan las paredes del espacio.
Tienda y bar de quesos y vinos desde septiembre de 2022, Món Vínic formaba parte del antiguo proyecto que llevaba el mismo nombre y que fue un centro divulgador del mundo del vino, con restaurante y también un programa de actividades extenso. "Era un regalo por la ciudad", explica Dèlia Garcia, sumiller y licenciada en Historia del Arte que alimentó el espacio desde el principio.
La primera tienda de Món Vínic nació en el 2013, en línea, en paralelo en el restaurante, con almacén en la ronda de Sant Pere donde se hacían catas mensuales. En el 2017, se abre un pequeño espacio adosado al restaurante que hace de tienda. "Cada tarde venía mucha gente y pronto llenamos una pequeña nevera de quesos y embutidos: metíamos un buen festín".
Món Vínic es un lugar donde el cuidado del producto y del cliente es el valor que define su ser. Y no es un decir. Solo hay que poner un pie para comprobar que está dotado de la infraestructura ideal para cuidarlos: las amplias neveras regulan la temperatura y la humedad del queso y de los vinos, que siempre son temperados con el fin de poder disfrutarlos en mesa, a la barra o tan pronto como llegues a casa.
"Ejercemos una profesionalidad que, más que transformativa, tiene que ver con el hecho de que todo esté bien. Cuidamos el producto y cuidamos al cliente: hemos hecho un local que tiene en la base unas ideas sencillas, donde la materia está en el centro y donde no se olvida la comodidad. Todo es muy esencial, pero de calidad", explica Garcia, que afirma que Món Vínic es un regalo que le hizo la vida profesional. "Ferrer-Salat creyó en qué era posible hacer una propuesta comercial que respetara al máximo la cadena de valor de cada producto que vendemos y que no solo fuera una cuestión mercantil, sino que representara unos valores de sostenibilidad social y económica en el sector primario. En definitiva, que su realidad pueda ser perdurable".
Porque comprando a los pequeños productores y a los productores artesanales estamos contribuyendo al hecho de que haya una cosa mínimamente bien hecha dentro de nuestra oferta. Món Vínic es lo que es, y no es sostenible, porque está la posibilidad que sea. Desgraciadamente, Garcia es consciente de que hoy no existe una soberanía alimentaria de los productos artesanales: no llegan a todo el mundo. Sin embargo, el empuje de Món Vínic es el de valorar los orígenes y las elaboraciones para ir creando una cultura sensible y menos intelectualizada que permita disfrutarles.
El vino y el queso, en Món Vínic, son artesanales o no son. Este esfuerzo del productor, a menudo intangible, se traslada en el bar y en la tienda de maneras palpables por el mencionado sistema de neveras, pero también de forma invisible pero notable, gracias al talento del equipo, que pasa, aproximadamente, unas tres horas diarias observando a los quesos (ubicados en diferentes niveles de las neveras en función de su tipología, morfología y de su corteza), cepillándolos, dándoles la vuelta e inspeccionando cualquier cambio que pueda indicar signos de evolución.
"Con el queso se tiene que ser obsesivo para cuidarlo, trabajando continuamente porque cambia muy rápidamente. Nuestra única intervención es el cuidado: exponemos el queso (y también el vino) de manera sencilla, sin un servicio exquisito, desnudo en el plato. Porque si es bueno, tiene suficiente identidad para estar solo. De la misma manera, los vinos se presentan a una buena temperatura después de haber sido bien conservados, con la única compañía de una buena copa. Los dos son muy agradecidos: con un buen vino y un buen queso ya lo tienes todo hecho".
¿Y por qué queso y vino? "Ambos son fermentados, sus criterios de calidad son los mismos y siempre han estado juntos. Nosotros no nos hemos inventado nada: solo miramos de tratarlos con cuidado y buscando el producto de más calidad". Los escogen así: "A base de probar continuamente, de una voluntad de dar a conocer productos que nos gustan, de descubrir lugares y productores y perfiles organolépticos nuevos, maneras de hacer antiguas que se redescubren y filosofías de elaboradores que nos entusiasman".
"Nuestro trabajo es el de hacer de intermediarios", afirma Garcia. Hacen un empuje con el fin de visibilizar los productos que valoran y vuelcan su mirada a fin de que el valor de estos productos sea visto y apreciado por los clientes. "Los productos ya tenían valor: nosotros los traemos a Món Vínic, donde los cuidamos y les hacemos estar más vistos. En la medida en que vamos aprendiendo, haremos cosas con más intención y más voluntad". Aparte del vino y del queso, el pan es el otro pilar central de Món Vínic, donde también comparten carta los embutidos y algunos pequeños platos, sean de ensaladas con verduras de un huerto de Vilassar con el que colaboran o también de terrinas y sardinas en escabeche y otras recetas que los lleva Núria Gironès, de Ca l'Isidre.
Garcia se lamenta de la estructura de marketing y especulativa que se ha montado en torno al mundo del vino y que actualmente también afecta a los vinos artesanales. "Cuesta mucho que la gente entienda que para disfrutar un vino de calidad no hay que saber. El vino tiene la problemática de la agricultura. Tiene el envoltorio ser inaccesible, de ser un producto de lujo. Y la calidad se confunde con el lujo. Pero hay vinos de mucha calidad con precios muy bajos. Eso está al revés con el mundo del queso, donde tenemos claro que los quesos más baratos son los menos buenos".
"Cuando la gente todavía no ha entendido qué es un vino artesanal y su abanico de posibilidades, ya se encuentran abocados a estos dinámicas. El vino artesanal tendría que estar relacionado con el consumo de vino, al volver a ser una cosa más accesible para la sociedad. Es un sistema frívolo y a veces nos vemos inmersos en estas frivolidades, pero al menos, aquí, tenemos la conciencia que toda la energía que estamos invirtiendo cada día tiene una parte buena: la de contribuir a la supervivencia de los productores que trabajan bien".
Todo es tan agradable y bueno en Món Vínic que la única queja común es la de sus horarios, que son de 12 h a 21 h y que, de hecho, representan una opción necesaria y muy inusual en la ciudad.