Corría el año 2013 y la gastronomía japonesa en Barcelona empezaba a crecer a un ritmo contundente. Por descontado, hacía años que teníamos restaurantes como el Tokyo Sushi de la calle Condal, el primero de la ciudad, abierto en 1978, o el Yashima, en las Corts, de 1989, pero el concepto de taberna o izakaya todavía no había arraigado demasiado en nuestra casa. Hasta que llegó el restaurante Una mica de Japó.

Una mica de Japó: el restaurante para descubrir el país nipón

Al principio, Una mica de Japó era una pequeña barra en la calle Muntaner, 114, donde ahora está la coctelería Hemingway. Recuerdo la primera vez que fui y era incapaz de encontrarlo: había que bajar unas escaleras para entrar en el local donde probaría por primera vez un bento, esta caja con divisiones donde|dónde diversas manjares japonesas me harían sentir como parte del anime que la generación de los 90 consumimos a diestro y siniestro.

El espacio de Una mica de Japó / Foto: Rosa Molinero Trias

Una madre y un hijo despachaban este bentos y otros platos del día con velocidad. Probar por primera vez encurtidos japoneses o aquella tortilla dulce llamada tamagoyaki era como aprender una lengua nueva: estimulaba, gratificaba y abría las puertas en todo un mundo desconocido de sabores y texturas.

El bento, aquella caja con divisiones donde diversas manjares japonesas me harían sentir como parte del anime que la generación de los 90 consumimos a diestro y siniestro

Ahora ya hace 10 años de todo aquello y el yakisoba, el sushi y el oyakodon son platos comunes que podemos encontrar fácilmente en cualquier ciudad. Sin embargo, eso no ha hecho que Una mica de Japó pierda su magia, que sigue desplegándose desde una nueva ubicación ahora ya hace unos cuantos años, en un chaflán luminoso entre Aragó y Comte Borrell.

El bento del restaurante Una mica de Japó / Foto: Rosa Molinero Trias

El bento es el plato del día por excelencia: rápido, generoso, efectivo, equilibrado y barato. Aquel mediodía llevaba berenjena marinada, nabo encurtido y alga hijiki guisada, un poco de judía tierna como guiño a la tierra, dos albóndigas o tsukune, un trozo de filete empanado y una korokke o croqueta de patata. Y una buena montaña de arroz para acompañar y la llamada tortilla para cerrar la comida. Todo eso por 12,50 €, con la bebida aparte.

Pero hay que volver a su curri y también a las sardinas a la plancha con teriyaki, la ternera con salsa, la tempura de verduras o su katsu don, platos sencillos y del día a día que aquí te harán tener la sensación de haber ido de visita a casa la tía de Yokohama.