Hace un par de semanas aterricé en Palma de Mallorca un viernes hacia el mediodía. Al llegar al hotel ya pasaban de las tres y media y el hambre se hacía notar. Estaba empeñada a probar al variado mallorquín y tenía algunos sitios guardados al mapa gracias a los consejos de @variatmallorquí, de manera que me encaminé hacia el lugar más próximo que todavía tenía la cocina abierta: el Celler Sa Premsa.

Como me dirigí a ciegas, mientras me acercaba pensaba si la 'prensa' sería porque el sitio tendría alguna cosa que ver con el periodismo, pero no. En la entrada hay una prensa y, una vez dentro, otra coronada con una cabeza de macho cabrío. Al principio no supe si este folklorismo era bueno o malo, y más tarde me dirían que Sa Premsa era un poco turístico, pero con respecto a las manjares no lo noté. No obstante, es cierto que de vez en cuando entraba algún turista que tampoco sabía si aquel espacio le gustaba o no (pero por otros motivos), algunos giraban cola y en mesa no vi ninguno, excepto la vallesana que hacía ir la vista por todas partes para después poder escribir estas líneas. De hecho, la sala, enorme y diáfana, de techos altos y vigas de madera, estaba llena de hombres de 70 años o más acabando el porrón, de grupos de amigos que rondaban los 50 y los 30, y la hacían romper animadamente, y de familias. Y esta variedad de edades siempre me parece un buen identificador de un lugar que es verdaderamente popular.

Cena mallorquina en el Celler Sa Premsa / Foto: Rosa Molinero Trias

Cuando me trajeron la carta y vi las opciones del menú, y después de preguntar si todavía tendría tiempo de hacer un par de platos, me olvidé que yo había venido a probar este sabor adquirido que dicen que es el variado mallorquín, donde en un mismo platillo te ponen cucharadas de diversas manjares, ensaladilla y encima albóndigas y calamares a la romana, un batiburrillo que podría escandalizarme fácilmente, pero que era aventurada a pedir hasta que leí: "Platos del día. Sopas Mallorquinas". Y eso pedí de primero, aunque me hizo dudar, por la alegría de verlo en carta, el consomé en el Jerez, y también la enigmática "sopa de caldo", porque de un enigma no me puedo privar y quería saber si sería como aquella del Siberia.

Frito mallorquín en el Celler Sa Premsa / Foto: Rosa Molinero Trias

El variado mallorquín: en un mismo platillo te ponen cucharadas de diversas manjares, ensaladilla y encima albóndigas y calamares a la romana, un batiburrillo que podría escandalizarme fácilmente

Los manteles de la Bodega Sana Prensa / Foto: Rosa Molinero Trias

Las sopas mallorquinas, que son cenadas, es decir, de pan empapado en el caldo, que ha desaparecido completamente, me parecieron buenísimas. Llevaban col y también un sofrito de tomate y cebolla. Pura sencillez y sabrosa que me forró el estómago de rescoldo. El segundo plato iría en la misma línea humilde y me pareció exquisito y fino como nunca lo habría esperado. Se trataba del famoso frito mallorquín, una mezcla de menores de cordero (corazón, pulmón e hígado) que se acompañan de cebolla tierna, pimiento rojo, patata, una dosis generosa de pimienta negra y un buen manojo de hinojo fresco que perfuma el conjunto amorosamente.

De postre pedí el gató y me lo fui zampando de vuelta hacia el hotel, egoístamente, tratando de no dejar caer ni una migaja, saboreando la almendra y disfrutando de la textura esponjosa de este pastel que en algún momento tomó el nombre del francés gateaux.