"La vida té vuelve en sonreír: tenemos migas". Así luce de tanto en tanto la pizarra que cuelga de la fachada de El Rincón Sevillano. Hay sitios en Barcelona que demuestran a cada servicio que la cocina sencilla y buena sigue viva. El Rincón Sevillano es un ejemplo y ratifica, con cada menú del día, su eslogan: "Desde 1978 dando bien de comer". Es arriesgado poner tal reclamo en el toldo para que cada persona que pase por debajo y cruce el umbral de la puerta tendrá las expectativas tan altas, al menos, a 265,6 metros sobre el nivel del mar, como el propio Carmel. No saldrá defraudado, sino al contrario, ya que probablemente piense que se ha llevado ademán uno de los mejores menús del día de la ciudad.
Por 12,50 €, El Rincón Sevillano confecciona una propuesta variada (6 primeros, 9 segundos y 5 postres) que es un auténtico ejercicio de ingeniería gastronómica de la que nos gusta: vade retro tatakis, aguacates y cosas que no pintan nada; aquí han pensado bien y han comprado todavía mejor, según el mercado, según la temporada y según la tradición, sin hacer saltos mortales ni piruetas innecesarias que nadie necesita ni espera un jueves al mediodía. Comprobémoslo.
De primero: paella 'rica rica' (realmente, quizás la mejor paella de menú del día de toda Barcelona), mejillones a la marinera, habas a la catalana, ensaladilla rusa, tortilla de patatas con sobrasada y queso. ¿Y de segundo? Calamares a la andaluza, oreja a la gallega, alitas de pollo o chocos, chuletas en salseta de Burgos, libritos de lomo, bistec o butifarra con acompañamiento, y por un plus de 6 euros, bacalao en sanfaina, caracoles de los grandes o sepia a la plancha.
El producto es fresco, las raciones son abundantes, siempre bien acompañadas y no se hacen esperar para llegar a la mesa. Además, el calor del equipo de sala hace patente que aquí hay oficio y se hacen bien las cosas, y te hacen saber con todos aquellos intangibles que acaban pesando (y mucho) que seas quien seas, del barrio, del otro lado de la ciudad o de la otra punta del mundo, aquí tendrás un lugar en la mesa y un recibimiento amistoso, porque se trata de hacerte sentir como en casa y, si se puede, todavía mejor que en casa.
El cliente del menú del día es exigente y lo saben lo bastante bien, que siempre pedirá más. Para rematar la jugada y coronarse, un buen surtido de postres caseros: arroz con leche, natillas, panna cotta de café y Bailey's, macedonia o flan.
El producto es fresco, las raciones son abundantes, siempre bien acompañadas y no se hacen esperar para llegar a la mesa
Aquí, como suele pasar al Amaica, vendrás un día para hacer el menú del día y volverás por la noche o un sábado a hacer unas tapas: ¡cuándo liquides el menú, irás a pagar y verás las frías, que te dirán 'adiós, nos vemos pronto'! desde la vitrina, y te darán recuerdos de las tapas calientes, en especial de aquel rabo de buey con patatas y pimientos, que ya lo puedes oler por encima de las cabezas que jalan y charlan y jalan animadamente en este rincón del Carmel donde es imposible salir triste o mal comido.