El menú degustación es un formato gastronómico muy habitual en restaurantes refinados de alta cocina. Algunos tienen platos exóticos y otros cocinan con producto de proximidad. Pero hay pocos restaurantes que tengan una oferta como la de Imprevisto: cocina sofisticada, en un local sencillo y hecha con el toque personal de cuatro jóvenes que no dejan de sorprender. Una manera diferente de entender la gastronomía que esconde, en cada comida, una serie de platos imprevistos.
Cocina secreta
El día que vamos a comer, Imprevisto abre puertas puntual a la una y media. Entramos y nos sentamos en la mesa, detrás de la otra pareja que come en el restaurante. Desde fuera, el establecimiento parece sofisticado, con unas cortinas gruesas que cubren los cristales que dan a la calle —al más puro estilo Via Veneto. Una vez dentro, sin embargo, el restaurante es sencillo y austero. El suelo es de parquet y en las paredes blancas cuelgan algunos cuadros y elementos decorativos singulares, como los jarrones en forma de vaca que llaman la atención encima de la mesa. Al fondo, una pequeña barra da paso a la cocina que se ubica en la parte de detrás del restaurante.
La gracia de comer en Imprevisto es que no sabes qué comerás
La gracia de comer en Imprevisto es que no sabes qué comerás. Cuando llamas para reservar, tienes que comentar alergias, intolerancias o ingredientes que no te gusten y el equipo del restaurante, con los chefs Luca Pinna y Raffaele D'Avico en la cocina, elaborará un menú único y especial que no conocerás hasta que te lo sirvan en mesa. Una experiencia bien curiosa que se acompaña de producto de calidad.
Un menú singular
En Imprevisto puedes hacer el menú corto (7 pasos y 47 €) o el largo (10 pasos y 65 €). Nos recomiendan el largo y empezamos la comida con un par de entrantes para hacer boca. El más curioso es la ostra sin caparazón, servida en un plato con forma de ostra. Un aperitivo exquisito servido de una manera muy divertida. Entre los platos principales -que no sabemos qué son hasta que no llegan- destacan el pescado del día y el magret de pato. Dos preparaciones que, como casi todos los del menú, vienen servidos con una salsa ideal para mojar pan. Un pan que traen del Forn Sant Josep, una panadería artesana que lleva en funcionamiento desde el año 1913 en el barrio. De postre, nos sorprenden con un cremoso de gianduia con crujiente de frutos secos.
El maridaje, sin embargo, no nos acabó de hacer el peso. El trabajo del sumiller, Alberto Jaime León, y la jefa de sala, Isabella Vivarelli, es correcto, con las explicaciones justas y además en catalán. Una experiencia diferente, joven y con futuro que a seguro que se acabará consolidando en la ciudad.