La Bodega Carol es un bar, es una bodega y es una sala de fiestas. Así me lo ha parecido siempre por el ambiente que allí se respira. "Son las tres cosas al mismo tiempo, en la orden que quieras y depende de la hora del día y de la temporada", concuerda a Alberto García Moyano, copropietario junto con Shawn Stocker. Están muy orgullosos de volver a ser una bodega operativa, es decir, de volver a tener vino a granel en los barriles y servirlo a raudales. Stocker también tiene claro qué es Carol. "Es –al 96%– todo aquello que quiero de un bar. Es para mí uno de los últimos mohicanos de la tarea clásica de Barcelona. Hay una canción de Ska-P, Derecho de Admisión, donde explican que no los dejan entrar a un bar de guays, y dicen 'Tira pa'l barrio, al bar del Tío Fermín". Quiero que Carol sea eso: un bar familiar y para todos los públicos que al mismo tiempo es subversivo y con uno trasfondo punk al mismo tiempo, donde las pretensiones y las caretas no valen nada". Está de acuerdo su socio, que añade: "Que venga gente de todo tipo, currantes, vecinos del barrio, astronautas que se desplazan a barrios que no son el suyo para conocer un lugar como el nuestro, ya es un poco nuestro qué".

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Foto: Bodega Carol (IG)

Torreznos, morcilla, chorizo de León, fuet, morcón, mojama, madejas, lengua, chicharrón de Cádiz y todo un tendido de los mejores embutidos de la península caracterizan la oferta gastronómica altamente porcina de la Bodega Carol. ¿Por qué? "La carta sale sobre todo de Shawn, de hallazgos que hemos ido haciendo durante nuestros viajes por toda la Península, y de nuestro gusto común por todas estas bondades", explica García Moyano. Servidos encima de un bonito papel de estraza estampado, que consiguió Stocker con mucho acierto, los cortes de embutido, de golpe, se elevan por encima las antiguas botas de vino que hacen de mesa con una estética inusitadamente bella, tal como pasa con las carnes y con los quesos retratados en bodegones.

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Foto: Bodega Carol (IG)

Antes, La Carol la llevaban Lola y Manolo. Lola, previamente, había dirigido parte del bar Noé, pero al partir peras con el socio, el 1983 abrió con su marido un bar-bodega que con toda la ilusión llamaron como su hija: Carol. Y ahora ya hace 8 años, Shawn se topó con el lugar. "Estábamos buscando un local y justamente habíamos llegado tarde al traspaso de otra bodega, y dando un paseo por el barrio Shawn la vio. A la primera visita ya quedamos impactados: nos enamoró todo, los llaveros, el espacio, la cristalera, las botas de vino. Enseguida hablamos con la pareja y acordamos el traspaso con su hija que, como yo, es abogada", explica García Moyano. "Recuerdo que nos preguntaron si queríamos que retiraran aquella colección de llaveros colgantes. ¡'Ni hablar'!, dijimos los dos".

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Foto: Bodega Carol (IG)

Como el abogado, Stocker también proviene 'del otro lado de la barra', tal como nos dice Pep, el camarero y socio que tras la barra y tras el arcade de las Tortugas Ninja y el Street Fighter te pondrá un vermú, una caña o su famoso y sideral combinado, el Bitterpep. "Me lancé al vacío en un sector desconocido y eso me ha supuesto mucho aprendizaje a base de prueba y de error. Y también me ha aportado el gran orgullo y la satisfacción de ver un sueño hecho realidad. Al mismo tiempo, hemos podido mantener un local histórico y –espero–, su esencia. Todavía cambiaría muchas cosas pero, en términos generales, representa mi visión y mi deseo de aquello que tiene que ser un bar. Y me encuentro como casa, muy a gusto. Por descontado, La Carol también son quebraderos de cabeza y alegrías a partes iguales". Pero cuando la angustia apriete, Shawn solo tendrá que recordar que en la Bodega Carol, literalmente –por las perpetuas guirnaldas sobre el letrero– siempre es Navidad.