Necesitamos más sitios como el restaurante Fismuler. Aunque se puso de moda por la milanesa gigantesca con huevo y trufa, el Fismuler es mucho más que eso: son platos de siempre, bien trabados y bien presentados, en la planta baja de un hotel, sin parecer el restaurante de un hotel. Es informal, pero pulcro, es cálido y acogedor, y el personal de sala sabe como hacer rodar el engranaje complicado que es el servicio de mediodía. Una sale contenta, con la certeza de que ha pagado un precio justo, y con ganas de volver y recomendarlo periódicamente cuando llega la pregunta difícil: ¿dónde puedo comer en El Born?

¿A quiénes no le tendría que gustar que lo reciban con un poco de paté de pollo? Para ir abriendo boca mientras llega el pedido, una quenelle perfecta aterriza en la mesa. Al lado, unas láminas de pepinillo encurtido en casa. Un aperitivo doblemente casero y doblemente bueno, porque hace daño esperar permanecer demasiado rato sentado, sin un bocado que entretenga un poco el pensamiento y el hambre.

Ensalada de tomate y melón del Fismuler / Foto: Rosa Molinero Trias

La ensalada de tomate y melón prometía grandes cosas aquel día que la primavera despuntaba fuerte y calurosamente. Y el tomate era bien dulce, el melón, cantaloupe, y la vinagreta de hierbas no acababa de ligar bien, quizás por un exceso de menta. Prometía mucho y resultó ser un poco menos, pero fue correcto como preludio. Ya se sabe que una ensalada no hace verano hasta que no es realmente el verano.

El bacalao fresco y rebozado / Foto: Rosa Molinero Trias

El bacalao fresco y rebozado fue escandalosamente bueno. Esta receta es poco vista, acostumbrados como estamos al bacalao en la lata y en tomate, a los buñuelos de bacalao y a la brandada de bacalao, todas exquisitas e imprescindibles. Pero siempre se agradece la novedad y, más, si lleva un rebozado grueso y bien frito, y el interior es tierno y suculento.

Pastel de queso exquisito / Foto: Rosa Molinero Trias

Acto seguido llegaron las lentejas, que por sencillas y humildes tienen la fama de ser un plato poco agradecido y vistoso, pero en Fismuler consiguen acompañarlas tal y como se merecen, haciendo un mar y montaña épico, con gamba y tocino. Para hacer el plato todavía más goloso y bonito, unos dados de chirivía aromática y de unos pequeños brotes refrescantes ponían unos toques de color y sabor aquí y allí, sobre la base de lenteja estofada.

La generosidad y contundencia de la elección de platos no hicieron que perdonáramos los postres: su pastel de queso ha sido ampliamente reconocido por todo el estado como uno de los mejores, y había que ratificarlo. Doy fe.