La relación de Barcelona con el marisco, y concretamente, con las marisquerías tal y como las entendemos hoy día como restaurante de celebración con un cierto ticket elevado, es bastante reciente. Es un amor que empezó con el formato más popular que se pueda imaginar, y que, por otro lado, forma parte del imaginario de Barcelona como ciudad, en un tiempo y en una ubicación que ya hace años que ha desaparecido.
Hay que trasladarse a los inicios del siglo XX y a La Barceloneta, en un contexto en el que la popularización de los "baños de mar" y la creciente afluencia de público transformó un barrio con una restauración muy endógena, enfocada hasta entonces a dar comida en las industrias y a los trabajadores del puerto. Nacen así los conocidos como "merenderos" o restaurantes a pie de playa, donde su punto fuerte fue ofrecer pescado fresco y que alegraron el ocio gastronómico de los barceloneses hasta la llegada de los años 90. En los años 30, destaca entre el resto de platos uno que era atractivo por su opulencia y vistosidad: la zarzuela de pescado y marisco, una evolución del modesto 'suquet' de pescadores. Un plato que, de La Barceloneta, se extendió por toda la costa, alcanzando una popularidad que todavía ahora, disfruta.
En esta ciudad en desarrollo económico e industrial, a partir de la Exposición Universal de 1888 empiezan a llegar migrantes a Barcelona, buscando en las oportunidades del nuevo mundo industrial un futuro mejor al cual prometían sus entornos agrícolas depauperados de origen. Entre ellos, y especialmente, durante los años 50 del siglo pasado, destacan los que, para estirar el tópico, podríamos decir que tienen un máster sobre mariscos: los gallegos. Con ellos, el espectro del marisco se amplía y se despliega ante comensales ávidos de disfrutar e invertir su dinero en el ocio gastronómico. Es en estos momentos que los grandes emblemas de la marisquería, que todavía perviven, vieron la luz, como ahora el Rías de Galicia (ahora Rías Kru, con la familia Iglesias todavía al cargo), el Carballeira o el Botafumeiro. Bandejas rebosantes de marisco mediterráneo y atlántico para satisfacer los bolsillos más voluminosos y, por aquellas épocas, sinónimo de estatus.
Con los relevos generacionales, las marisquerías han reformulado su propuesta gastronómica y el restaurante Batea es un buen ejemplo de una proyección de la marisquería moderna que busca elevar el marisco con elaboraciones gastronómicas menos convencionales. Con los chefs Manu Núñez (que muchos conocerán del Arume) y Carles Ramón (Besta), y la bartender Marta Morales, este trío han apostado todas sus cartas a un enfoque democrático. Como su nombre indica, en su carta encontraremos una profusión de marisco gallego, y especialmente piezas menos conocidas, quizás por haber sido mal consideradas como menores. De la zona de donde es Núñez (rías de Muros e Noia), llega mucho marisco miudo, como las zamburiñas, las cigarras, las vieiras o las gambas, que lucen en las mesas del Batea con elaboraciones muy elegantes, donde se respeta la materia prima al máximo con cocciones mesuradas. Pero también tienen buena pinta aquellas recetas como la croqueta de setas salvajes con un sedoso velo de carpaccio de gamba de las costas de Barcelona.
Batea tanto tiene un pie en el Atlántico, como lo pone en el Mediterráneo, que de continuo provee su cocina con pescados y marisco de lonja: casi todo el marisco, es gallego, pero los crustáceos, vienen de las costas catalanas. Así, al Batea se puede descubrir el alfonsiño, curato en salmuera, hecho a la plancha y acompañado de puré de celeri y sorprenderse con un guiso excelente con judías del ganxet, alcachofa y buey de mar de la Ría desmenuzado. También destacable la destreza de Núñez y su equipo al enseñar como una almeja muestra todo su potencial con una cocción con agua de Lourdes (zumos de cítricos, recién exprimidos, con aceite de oliva y sal), untada pacientemente mientras las almejas se están cocinando.
En definitiva, Batea muestra un recetario que bascula entre la tradición y la interpretación, partiendo del punto común de la materia prima, y este dato, por sí misma, ya es toda una declaración de principios por postularse como un referente de la marisquería moderna. Ayuda al ticket medio, que ronda los 55 € y la oferta de coctelería que firma Marta Morales con hits como el Negroni Galego-mediterrani, con ginebra, vermú, Campari y pepino.