El síndrome del impostor se da en muchas profesiones, en diferentes ámbitos. Es aquella sensación que se tiene de no poseer las facultades necesarias o de estar a la altura de la profesión, y a menudo la siente quien llega por pasión y se forma con experiencia. En el ámbito gastronómico quizás es más patente en la cocina, pero da la sensación de que, en la sala, la formación a través de la experiencia es un galardón. Disfrutando en el restaurante 5 Hermanos, lo que sale del corazón es levantar la copa para brindar por la experiencia y la tenacidad del que se forman con curiosidad y responsabilidad.
5 Hermanos: orgullo familiar y de barrio
Quizás es su ubicación, en el barrio de Canyelles (Nou Barris), que rápidamente desviste al comensal, venga de donde venga, del traje clasista, pero sin duda el mérito es de la familia Gerpe Feliu. Cómo da a entender el nombre del restaurante, de hermanos y familia va la cosa. En sala y en cocina encontramos Jordi, Manel y su hijo Aitor y Julio y Javier, respectivamente, pero la historia viene de más lejos. Se puede leer en su carta, donde incorpora un escrito a modo de homenaje que Jordi (el benjamín de los hermanos) dedica a su madre, Tere, y a su abuela, Janet: “Lo he escrito desde el corazón y creo que me ha salido lo suficiente bien”, explica el siempre afable Jordi.

En resumen, esta historia familiar junta dos estirpes, la rama catalana de la abuela y la rama gallega del abuelo y se remonta a mediados del s. XX. Juntos abrieron una casa de comidas en un barrio popular, compuesto por casas y barracas, Bar Janet. Con la remodelación del barrio y la incorporación de una joven Tere en la cocina, el negocio familiar coge impulso, fruto de la tenacidad y ganas de trabajar de Tere, que la lleva desde innovar con la comida para llevar a cocinar por los comedores escolares de la zona. En 1977, toma nombre y forma nueva con 4 Hermanos y el año 1997, su hijo mayor, Manel, se incorpora a la gerencia, con los hermanos Julio y Javier en los fogones como herederos de la sabiduría gastronómica de las matriarcas.

Jordi, además de firmar un escrito emotivo, ha sido uno de los principales motores impulsores del futuro de esta casa, siendo el promotor de una profunda reforma formal y conceptual. “Antes abríamos de sol a sol”, recuerda, “desde las ocho de la mañana hasta la noche, ofreciendo desayunos, desayunos de tenedor, comidas, meriendas y cenas”. Ganas de trabajar, en los Gerpe Feliu, no les faltan, pero han entendido y se han adaptado (cómo hicieron la abuela y la madre) a los tiempos actuales, reflexionando sobre cómo seguir ofreciendo el mejor de sí mismos a su clientela de barrio y a la que se acerca por el buen nombre adquirido. “Cuando nos dieron en el 2017 el Premio Barcelona Restauración en la categoría de Integración en el barrio, y al conocer allí a Fabio y a Roser de Agreste, empecé a pensar el cambio y compartir mis ideas con la familia”.

Con la reforma del restaurante apenas estrenada este año, los Gerpe Feliu sacan pecho, orgullo de barrio, orgullo de estirpe y orgullo de lo que antes aludíamos: orgullo de profesión. Una medalla que todos lucen con naturalidad, trabajada desde los 14 y 16 años, aprendiz. Recuerdo Jordi en la cocina, que ni caminaba, jugando con las ollas y las tapas, rememora Julio, 13 años más grande, “fue la época en la que empecé a trabajar con la madre”. Este Jordi es hoy en día un enamorado del proyecto y de la sala, un lector ávido de expresiones faciales y pistas que lo convierten en un profesional rápido y eficaz, que se frota las manos cuando detecta a los clientes gourmet, cuando entran por la puerta. Y es al mismo tiempo maestro de su sobrino Aitor, haciendo un tándem de sala cómplice y alegre.

El ambiente agradable que en el 5 Hermanos se respira, se corona con la cocina de los hermanos Julio y Javier: unas almejas gallegas con salsa marinera sabrosas y suaves, unas clásicas manitas de cerdo con cigalas que ya bordaba la abuela Janet, un tataki de atún rojo Balfegó con aguacate que el paladar percibe como inédito o uno mejilla de ternera de hervor, animan estómagos y corso a regar viandas con la selección de vinos de Jordi. Disfrutar de platos de confort bien hechos es un regalo, pero percibir en un canelón la suculencia de un plato fantástico que se prueba por primera vez, es impagable: una farsa melosa de butifarra negra, blanca, papada, panceta, ternera y setas, suavizada con una bechamel con el punto trufar justo.
Da la sensación de que nuestros abuelos o bisabuelos tendrían que sentir una sorpresa similar cuando probaron por primera vez la delicadeza de unos canelones Rossini. Bajo riesgo de ahogarme en la hipérbole, 5 Hermanos es un exponente de las casas de comer de la ciudad, con el punto popular justo que gusta a los foráneos y una exquisitez contenida que valoran los del barrio. Natural, elegante, alegre… un restaurante para ir a comer o cenar, con un ticket medio contenido de 50 € (si se come a la carta) que, como sucedió con Agreste, generará peregrinajes montaña arriba, elevándose para tener la ciudad a sus pies.