En la vida, como en los mapas, hay carreteras principales y carreteras secundarias. Si se escogen las segundas, a menudo todo es más lento, pesado y seguramente complicado, pero también más auténtico. Lo pensaba hace pocos días conduciendo por la comarcal BV-2428, cerca de Sant Pau d'Ordal, mientras iba a veinte por hora detrás de un tractor y, armado de paciencia, recordé que conducir con segunda una tarde de agosto por la carretera más bucólica del Penedès es más poético que ir en moto por la calle Aragó de Barcelona y enganchar trece semáforos seguidos en verde. Sí, hay una época del año en la cual las carreteras secundarias del Penedès se llenan de tractores vendimiando, conductores desesperados queriendo hacer adelantamientos y ciclistas aficionados que sienten olor de mosto en cada pedalada. Es la misma época del año en qué, a escasos treinta y cinco minutos y por una carretera principal como es la N-340, cualquier persona, incluso tú, puede pasar de estar en un semáforo de la calle Aragó a gandulear bajo un árbol con una copa de vino en las manos y la certeza de que el jardín de las delicias no es ningún cuadro del Bosch expuesto en el Prado, sino una masía ubicada en una carretera secundaria justo en medio de Subirats y de la cual agradecerás haber conocido el nombre: Albet i Noya.
Una villa en el Penedès
Uno de los libros más vendidos este verano, según dicen las listas oficiales, es Una villa en Florencia de William Somerset Maugham, uno de estos Pequeños Placeres –una colección editorial que también anda por carreteras secundarias- editados por Viena Edicions con una cubierta más afrutada que un vino blanco de Malvasía de Sitges, una trama que rezuma luz, tensión y pasión y, sobre todo, un concepto tan sugerente como "jardín de las delicias": villa en Florencia. Por lo que se ve, los catalanes, que somos grandes lectores y mejores idealistas, nos hemos tirado lógicamente en massa a comprar el libro para vivir este verano florentino en una casa señorial con vistas al Duomo de Santa Maria del Fiore, soñando hacer real aquello que las restricciones por la Covid-19 o nuestra cuenta corriente seguramente nos impiden vivir. Como pasar las vacaciones en una villa en la Toscana es una quimera propia de la ciencia-ficción, siempre es agradable descubrir que disfrutarlas en una villa en el Penedès es cien por cien real, por mucho que sólo sea durante unas horas al día.
La finca Can Vendrell de la Codina, donde se ubica la bodega Albet i Noya, es una bodega en la cual ahora mismo, mientras lees estas rayas, deben estar trabajando en la vendimia 2021. Sin embargo, también es una villa de novela, un jardín de las delicias sin tabla lateral del infierno y un wine bar que en estos instantes, mientras recorres esta palabra, quizás está lleno de personas como tú disfrutando del dolce far niente de beber buen vino en un entorno inmejorable y, además, a un precio fabulosamente razonable. Al igual que pasa con el poder sugerente de títulos como Una villa en Florencia o El jardín de las delicias, en la era de internet la sugestión de las imágenes en las redes sociales o las revistas de tendencias es clave para la gente que abre un bar de ambiente y quiere tenerlo lleno, pero también en este aspecto el wine bar de Albet y Noya transita por carreteras secundarias. Para empezar, no es propiamente un wine bar, sino el jardín familiar de los Albet; para continuar, no se puede ir por las noches, sino únicamente cada mediodía del mundo; y para acabar, no se anuncia en ningún sitio con fotografías postizas en las redes donde jóvenes enamorados, más maquillados que Carmen de Mairena y siempre con una sonrisa Profident, brindan con copas de vino que cuestan un 50% del precio de la botella entera.
Una bodega de trayectoria alternativa
Las dos maneras más sencillas de descubrir el wine bar situado en Can Vendrell de la Codina son perdiéndose por una carretera comarcal o teniendo sensibilidad vinícola, conociendo ya de antes la trayectoria de Albet i Noya y, por lo tanto, sabiendo que una de las bodegas más prestigiosas del Penedès permite repantingarse en el jardín de los propietarios para degustar buen vino. Como si estuviéramos en casa los suegros, vaya, pero cambiando los suegros por la familia Albet, habitantes de la finca desde 1903. Después, hace más cuatro décadas, la bodega fue pionera en el Penedès en viñas y vinos ecológicos. Hace cinco años, presentó el proyecto VRIAACC basado en el estudio e investigación científica de variedades vinícolas cruzadas con el fin de resistir el cambio climático. Este año, en un paso más a favor de las energías limpias y renovables, la vendimia ha empezado con la culminación de una cubierta de 130 placas solares en la bodega. Que Albet i Noya es un jardín de las delicias perdido junto a la N-340 es una obviedad, pues. Que es una bodega que ya hace años entendió que el futuro de la viticultura respetuosa con el entorno es transitar por las carreteras secundarias del sector, también.
En estos tiempos en que las palabras "ecología", "sostenibilidad" o "kilómetro cero" empiezan a estar más gastadas que una goma Milan de borrar, ser respetuoso con el entorno quiere decir amar la tierra de donde eres y la naturaleza que te rodea, pero también ser honesto con aquellos que te visitan. La carta de la vinatería Albet i Noya no sólo es de kilómetro cero, sino que lo es de centímetro cero con respecto a los vinos: los aperitivos son todos provenientes de los Países Catalanes, desde las olivas hasta el queso vegano, el fuet o las patatas, y evidentemente todos los vinos son de la casa, por lo tanto, provienen de la bodega ubicada a pocos pasos de la mesa desde donde puedes degustar botellas que valen 32€, 48€ o 62€ por el módico precio de 3€ o 4€ la copa.
Supongo que, como buena persona con el Carné Hedonista, leyendo esto te ha cogido hambre o sed, ¿verdad? Pues nada, ya vamos acabando. Eso sí, si permites el consejo de un servidor, ya que has llegado aquí por carreteras secundarias, te recomiendo que te atrevas con los dos vinos más singulares de la bodega, elaborados con el ingenio de quien siente pasión por la curiosidad: el Marina Rion 2020 y el Belat 2012, un blanco y un tinto respectivamente, los dos elaborados con variedades ancestrales recuperadas que durante muchos años estuvieron escondidas bajo el velo de la historia y que, igual que el ancestral Efecte, construyen una constelación de vinos majestuosamente interesante. Seguramente, digna de un mediodía de novela en un jardín de las delicias. A buen seguro, digna de quien sabe que, desde siempre, es en los márgenes donde radica la belleza de la vida.