Barcelona no es una ciudad de puentes: no somos ni París ni Florencia, tenemos los ríos a ambos lados y, por lo tanto, tampoco nos hacen falta. Ahora bien, tenemos un viaducto muy poco valorado, levantado por Miquel Pasqual Tintorer en 1923, que conecta dos de nuestras colinas, El Coll y El Putxet. Cuando caminamos hacia el restaurante Saó, las caras de dragón que lo decoran nos quedarán justo por encima y, a la derecha, en un curioso pastiche estético, los Jardines de los Arabescos. La subida vale la pena: nos hará abrir el hambre y, al final del recorrido, llegaremos al menú del día de alta cocina más barato y más recóndito de la ciudad.
Un legado de lujo
"El restaurante abrió las puertas un febrero de hace seis años", explica Juanen Benavent, cocinero y propietario. "Tenía la necesidad de abrir mi lugar, donde he querido poner mi cocina, hecha de las experiencias vividas y mi inspiración". Benavent, natural de Valencia, trabajó en Can Fabes y en Goust, el restaurante del famoso sumiller Enrico Bernardo en París.
Benavent, natural de Valencia, trabajó en Can Fabes y en Goust, el restaurante del famoso sumiller Enrico Bernardo en París
La cocina del Saó se formula en 3 menús: Llavor, de 9 platos (24,50 €; solo disponible entre semana), Germinat, de 13 platos (45 €) y Arrels (18 platos) (67,5 €). Para acompañar, una carta de vinos con una mayoría de vinos catalanes y nacionales o la posibilidad de maridaje para cada uno de los 3 menús. Benavent define su propuesta gastronómica así: "hacemos cocina de mercado, tan cercana como nos es posible al km.0, de temporada, de base catalana pero con una vuelta, y siempre intentando hacerla atractiva y muy buena".
Y lo consiguen. Hay producto, cuidado en las elaboraciones largas (se nota en los caldos y los hondos utilizados en varios platos) y una técnica impecable. Destacan la royal de foie y puré de berenjena como si fuera una crema catalana, la ensalada de caballa marinada con ajopuerro confitado y gazpachuelo de ajoblanco, el arroz de favetes y butifarra negra y el postre de naranja, eneldo y vermú.
A la altura de las expectativas
En la sala, tranquila y bien vestida, hay esfuerzo y gusto para satisfacer al cliente. Se nota una voluntad de formalidad, pero nada rígida: camareros y sumilleres se mueven y se comunican con resolución, buena lectura del cliente y la distancia adecuada en cada momento, como en las mejores salas. "Entendemos la gastronomía con una gran atención al detalle, y eso incluye el tratamiento del cliente, que para nosotros tiene mucha importancia. Al fin y al cabo, el cliente viene por la comida pero volverá por el servicio. Porque por muy bueno que esté todo, si alguna cosa de la experiencia en torno al plato va mal, repercutirá en todo. Los clientes son los que dictan sentencia", razona Benavent.
Al fin y al cabo, el cliente viene por la comida pero volverá por el servicio
Y sí, Vallcarca puede parecer que está lejos (no lo esta tanto y lo sabemos todos), pero también os llegáis al Camp Nou o a Les Maldives por promesas de felicidad que no sabéis si se cumplirán. En Saó, por el contrario, tienen palabra y no fallan. Id antes de que sea imposible hacer una reserva. ¡Del plato!