¿De qué hablamos cuando hablamos de cocina casera en un restaurante? Evidentemente, un restaurante es un negocio y, como tal, se presupone una cierta profesionalidad que lo aleja de aquello que cocinamos en casa, que sería su definición más literal. Ahora bien, no seré yo quien defienda una cocina canónica y académica: prefiero la variedad y las variaciones, que no tienen nada que ver con los errores. La cocina hecha casera y hecha en un restaurante se aproxima al recetario que se ha ejecutado en casa tradicionalmente, sea una tradición larga o una tendencia corta que se ha incrustado con fuerza, nos guste o no, como plantar una rebanada de queso de cabra en medio de la ensalada, por ejemplo.
Pero cuando llegamos a un lugar de menú del día que respira historia, estamos preparados para encontrarnos con aquel estilo de cocina que nos recuerda al de casa y que, de hecho, nos hace sentir como en casa. Lo hacen los manjares y lo hace el personal que trabaja, la parroquia e incluso el interiorismo sencillo, anodino, diría alguien, pero funcional y efectivo. Y el restaurante Baixa Limia es uno de estos lugares.
Baixa Limia se refiere a una comarca de Galicia, en concreto, en el suroeste de la provincia de Ourense, en la frontera con Portugal. Pero la Baixa Limia de Barcelona es un bar de barrio, abierto todo el día, haciendo una función de servicio público importante en la calle de Sant Antoni Marià Claret con Espronceda, en el extremo del barrio de Navas, junto a La Sagrera, en la otra banda de la avenida Meridiana.
Por 14 euros, el menú del mediodía del Baixa Limia presenta seis opciones de primeros y seis de según. El jueves, paella mixta, y desde que se intensifica el frío, caldo gallego, más clarete que el habitual, con pimentón, judía blanca y patata. También una crema de verduras calentita, que apetece, y algún clásico de bar, como la ensaladilla rusa, una tapa que cuando es buena desearías que fuera un entrante, como aquí.
La proteína llega de segundo en forma de pescado del día, salchichas con cebolla, gulash de cochinillo, lacón con cachelos o unos sencillos, pero eficientes, pollo al horno o bistec a la plancha. ¿Quién tendría demasiada duda al escoger los platos de este menú? Aquí radica una de las virtudes del buen menú del día: condensar una propuesta que sea fácil de escoger con el fin de hacer vía, que ya son la una y media y hay que volver al trabajo.
Los postres llegan cantados y categorizados: los postres caseros, donde hay arroz con leche, natillas, profiteroles, y otros, y las que no lo son, como helados. Las natillas hacen el hecho de dar el toque dulce para acabar la comida, una costumbre antigua que es difícil de sacudirse.