Necesitamos soplos de aire fresco. Estilos renovados, platos nuevos que no conocíamos y sitios de toda la vida que estaban bien, pero que pedían una insuflación nueva de todo: decoración, carta, esencia y, en definitiva, comida para volver a seducir al público. Es el caso de la c/ Enric Granados, 86, donde estaba el Salvaje, hasta hace pocos meses. En el corazón de l'Antiga Esquerra del Eixample encontramos, desde hace pocos días, el restaurante Gloria Osteria, del que se hablará mucho —y positivamente— en pocas semanas.
El nuevo restaurante del Eixample que cautiva con unos platos y un espacio elegantes
Elegancia y armonía. Es atravesar la puerta y sentirte empujado por una esbeltez descomunal. La barra brillante y rellena de botellas divide el espacio en dos partes. A mano izquierda y ante los ventanales de Enric Granados hay una sala, con unas mesas, butacas y sofás atractivos y lleno de elementos decorativos inverosímiles, que será un preludio de bebidas y entrantes antes de trasladarse al comedor —de dos plantas—. Acompañado de buena música y con el romanticismo en pleno esplendor, es un momento repuesto donde disfrutar de un anochecer barcelonés único.

Si cruzamos la barra larga nos plantamos a un comedor gigante. La razón es que sumando todo el espacio, según me explican, hablaríamos de unos mil metros cuadrados de restaurante. Mucho más de un centenar de comensales al mismo tiempo servidos por una plantilla que roza los 100 trabajadores. Una buena parte de estos se ubican en la cocina, expuesta a mano izquierda del comedor y abierta al público, punto siempre a favor y que habla maravillas del Gloria Osteria.

Introduciéndonos en una carta moderna y con toques de autor, que fusiona la cocina italiana, principalmente, con toques de la catalana, empezamos con un milhojas de patatas con tartar de lubina marinada en pulpa de cangrejo y polvo de olivas Taggiasche. En un restaurante con esencia del país de la bota, no podía faltar, por descontado, un tonno tonnato sorprendente, con sutiles trozos de atún cruda Balfegó, crema de atún, alcaparras y salsa de soja.

Rematamos los antipasti con una dupla exigente y notable con el wagyu e caviale, unos bocados de brioche casero, crema de setas, rebanadas de wagyu español y caviar. Una presentación impresionante, fina, delicada y meticulosa que se traslada en boca en un mundo lleno de sabores y matices fascinantes. Lo acabamos con la bomba de burrata de 250 g de Puglia, con tartar de tomate y anchoas de Rías gallegas.

¿Qué sería de un restaurante italiano sin la pasta? Claro está que en Gloria Osteria tiene cabida, de hecho, protagonismo, con opciones suculentas y variadas. En este, sin embargo, recomiendo un par que respiran el alto nivel del restaurante. Primeramente, los casoncelli hechos a mano, rellenos de bogavante, gambas y bisque, saltados en beurre blanco y con un tartar de gambas frescas. Además, puedes pedir los raviolis rellenos de osobuco a la milanesa, jus de viande y salsa de azafrán.

Y si hay platos de pasta, también hay pizzas. Pizzas gourmet, bien grandes, con masa casi fina, crujiente y alveolada. Hablaré de las dos que pruebo yo: la santa margarita y la gamberi rossi e pistacchio. La primera clásica con búfala ahumada, tomate San Marzano, datterini confitados con ajo y aceite y parmesano curado durante 36 meses y albahaca fresca. ¿Qué aburrimiento si todas fueran clásicos, no? Por suerte, el factor sorpresa, insisto, es constante y prueba de eso es la otra pizza rellena de carpaccio de gambas rojas con pistachos troceados, sobre una base de nata agria, mozzarella fior di latte, y un toque final despampanante de limón.

Previo a los postres, que ya anticipo que no describiré por su abundancia y fantasía de gustos—y que no todo se tiene que dar masticado—, llegan los segundos platos. Según mi opinión, no resaltan tanto como todo lo que he descrito hasta ahora; sin embargo, no dejan de ser buenas opciones si sois un grupo grande y se opta por compartir, mi opción preferida. Un filete de vaca con fake foie gras bañado en su propio jugo, salsa de vino tinto, trufa fresca de temporada y verduras en la plancha. O bien, yendo al mar, un rodaballo de dimensiones considerables a la parrilla servido con salsa pil-pil.