Dicen al Quimet d'Horta que quizás tienen las mejores chapatas de Barcelona. Os lo confirmo: tienen las mejores chapatas y bocadillos en otros formatos, y los más variados, pero también una buena tortilla, tapas deliciosas para hacer el vermú o entretener el hambre y un ambiente incomparable.

El Quimet d'Horta es toda institución para el hortense y un atractivo turístico para el barcelonés: si subes a Horta, pasas por el Quimet. Es más, es una pieza fundamental del barrio y está hecho de la materia que compone Horta. Abierto en 1927 con la inauguración del bloque de edificios que lo coronan (dónde, por cierto, yo viví durante unos 3 años), el bar es más que un bar, en parte, gracias a sus horarios extensísimos (abren cada día, excepto el miércoles, de 7 h de la mañana a medianoche), que hacen que cualquier momento sea bueno para acercarse, sea sola o sea con un vecino, que probablemente también acabes encontrando por allí. Y también, porque ha sido suyo tan de la  Unió Atlètica d’Horta como de la Unió Ciclista d’Horta, así como del Escacs Alfil Club, miembros del cual abundaban en las mesas del Quimet hacia los 80, haciendo bailar las piezas sobre la mesa de mármol.

El Quimet de Horta, año 1947

El horario dilatado hace también que por|para su barra, por|para sus sillas bistrot y por su comodísima terraza con vistas a la Plaza de Ibiza pasen todas las edades: desde los chiquillos que quieren tomar un Cacaolat al salir de la escuela hasta el grupo de jubiladas que merienda un bikini y un café con leche, los obreros que arreglan un tramo de calle o, incluso, aquel perezoso Barcelonés que por una vez a su vida ha decidido salir del Eixample y adentrarse por caminos desconocidos. Porque ya lo dice un grafiti en la calle de Pere Pau (y ya lo dije cuándo visitamos la Bodega Antonio): "Horta no es ni será nunca Barcelona". A pesar de que quizás, e inevitablemente, cada día lo es más, de barcelonesa, porque aquí, como todas partes, cierran comercios y locales y aparecen hamburgueserías de poca sustancia como una seta tóxica que preferirías no encontrarte de cacería.

Ahora bien: mientras viva el Quimet, mientras los propietarios del inmueble se comporten (conmigo no lo hicieron), estamos salvados. Ya no estám ni Quimet Carlús ni la Rosita Not, la pareja que lo fundó, ni tampoco Juanito, el loro tropical que los acompañaba día a día, silbando como el tranvía 46, que conectaba el barrio con la ciudad y que acababa el recorrido justo en la puerta, enredando al personal y regalándoles alguna perla como "bobo!" o "borracho!." El final del loro fue dramático, explican desde el bar: alguien sin alma le quemó la lengua con una colilla, cosa que precipitó un declive rápido del animal. Y la leyenda urbana dice que si tardan mucho a servirte (cosa que no es nada habitual), después de recorrer con la mirada la colección de botellitas de licores (más de 3.000!) de Jaume Jalmar, el actual propietario, que decoran las paredes del local, el espíritu del Juanito aparece en un rincón del local...

La barra del Quimet de Horta

Aunque ellos tres ya no están, pero todavía permanecen cosas excelentes y prácticamente desaparecidas hoy en la ciudad: ¿dónde volveremos a encontrar 37 tipos de tortillas y 85 clases de bocadillos diferentes? El serranito y el pepito de lomo son indispensables, así como el de butifarra de Solsona. Además, este es un bar adaptado para personas con movilidad reducida y también para veganos: hay ensaladas, bocadillos y hamburguesas veganas. ¿Podemos pedir algo más? ¡Sí! Croquetas, capipota, bombas y banderillas y, como guinda, algún postre clásico como un flan, las trufas o el pastel de Santiago. ¡Viva el Quimet!