Hace pocos meses salía publicada la noticia que el Bar Bauma cerraba las puertas para renacer con nuevos aires. Más modernos, renovados, nuevos aires y toques diferentes, pero con los mismos platos tradicionales y luchando por no perder la esencia que enamoró a los barceloneses de los años 80 y 90. Un reto difícil que yo no puedo valorar para no vivir aquella época, pero que sí que puedo confirmar con las tapas y los platos caseros de toda la vida que conforman una carta muy breve, pero con ofertas de todos los colores y para diferentes gustos.
Bar Bauma: tapas y un menú muy económico
Las tapas, los verdes y los ligeros, las cazuelas, los platos principales y los postres conforman una carta atractiva y unos precios que sorprenden positivamente unos ojos acostumbrados a tropezarse consigo con barbaridades insultantes de precios por aquello que elabora ahora todo el mundo y que, no nos engañamos, tampoco vale la pena. El nuevo Bar Bauma, calle de Roger de Llúria, núm. 124, a pesar de ser un espacio reestrenado desde hace pocas semanas, elude las incorporaciones masivas, constantes y aburridas que todos los nuevos locales 'gastro' de la ciudad copian en masa a sus cartas. Un espejismo ilusionante, ciertamente y tristemente.
Así pues, empiezo releyendo y enseguida me llena la satisfacción que me encuentro delante de un lugar que no pretende ser la nueva revolución, sino un sitio donde poder degustar las tapas de toda la vida, platos que cocinan las abuelas en su casa y los tres o cuatro postres de toda la vida que tiene el dueño de cualquier local no sibarita. Eso, tan sencillo, simple y básico, es fundamental y clave para diferenciarse de tantísimos establecimientos insípidos y anodinos. El espacio facilita estos aires de comodidad y naturaleza, unas partes conformas por tan solo tres cuadros y una máquina de escribir que te da la bienvenida, junto con una cocina abierta que siempre es de bueno ver. Las mesas de madera artificial, sencillas y cómodas, se distribuyen en un espacio bien orquestado bajo la comparsa de una música un poco elevada, pero que acompaña perfectamente y se mimetiza con los platos que los comensales pueden probar.
Eso, tan sencillo, simple y básico, es fundamental y clave para diferenciarse de tantísimos establecimientos insípidos y anodinos: los tenebrosos locales sibaritas
Mejillones al vapor, croquetas de jamón, los calamares a la andaluza, la ensaladilla rusa, las anchoas del Cantábrico, la tortilla de patatas y más platillos que estructuran unas tapas de toda la vida (y cómo las hemos echado de menos). Mención especial para las croquetas de gorgonzola que disfrutaban de una lava sublime en forma de queso caliente (eso sí, vete deprisa a comerlas) acompañadas de una especie de ketchup en forma de mermelada deliciosa.
El toque verde y saludable del Bauma lo aportan los platos verdes y ligeros como la crema de puerros, el hummus de lentejas o la fantástica ensalada de berros, granada y queso de cabra. Esta última me llama mucho la atención y la suerte se junta con el azar, ya que el plato no decepciona. Un poco empalagoso, quizás por el exceso monótono de las hojas de espinacas, pero que esquiva magistralmente con el queso y los condimentos que lo aliñan. Una previa ligera que da paso a las cazuelas históricas de nuestras abuelas: fricandó de ternera, macarrones de la abuela, albóndigas con sepia o el huevo estrellado con sobrasada o jamón. Platos clásicos que, probablemente, no son excelsos, pero al mismo tiempo tienes la certeza de que tampoco decepcionarán. Y la confirmación de eso se suma a unos precios que no pasan de los 12 euros, y en muchos otros restaurantes te cobran entre 16 o 20 para hacer exactamente el que hace todo el mundo, y con menos calidad.
La grata experiencia finaliza con las hamburguesas de setas o de roquefort, el steak tartar de la casa, los dados de filete a la pimienta o el calamar nacional a la plancha. Los postres las conforman el cheesecake, la crema catalana, el flan casero o unos sorprendentes churros con chocolate, inesperados, por encontrarse en los postres y poder comerlos después de una comida excelente y contundente. El servicio formado por pocos camareros, atiende amablemente y sin error las mesas del interior, pero también un pequeño espacio exterior para contrarrestar las oleadas de cadenas que llenan la capital catalana. ¡Larga vida en las tapas y platos catalanes y nacionales de toda la vida!