Son más de 400 bares, restaurantes y bodegas los que hemos reseñado desde que La Gourmeteria existe. Un gran porcentaje, casi la mitad, son en el distrito del Eixample. Y en todos y cada uno de los que he visitado yo, sacando pecho o no, confluyen los turistas. Una pareja de norteamericanos por aquí, franceses por allí y europeos del este comiendo a la una del mediodía, la hora en que empiezan a abrir puertas la mayoría de los restaurantes barceloneses. Y, por fin, cuando menos me lo esperaba, me choco con el primer restaurante del Eixample que 'barre' a los turistas puertas afuera. No es que los expulse, obviamente, sino que los guiris optan por comer aquello absurdo, monótono y profundamente internacional, como son los platos que han importado tantos y tantos locales catalanes que han dejado de lado la cocina catalana y tradicional de nuestro país.
Restaurante Tastem: oda a la cocina tradicional
El restaurante Tastem, en cambio, dignifica y representa acertadamente la fórmula de éxito y el sabor de lo que es la cocina de Catalunya, la tradicional con pequeños toques del estilo mediterráneo. Ir al Tastem es sinónimo de una experiencia que te permitirá conocer qué comemos en Catalunya, qué platos nos caracterizan así como pequeñas huellas de toques modernos que mejoran la calidad de las recetas que nos presentan Jordi Anglí y Aleix Reig, cocinero y propietario, respectivamente, que levantan juntos el negocio desde hace casi dos años. Aleix fue el impulsor del Tastem, que abrió puertas en febrero de 2016, y después de varios cocineros, una nueva decoración magnífica y la llegada en la dirección de la comunicación de Àngel Peix, se ha vuelto en un cóctel transformador de un establecimiento único en las calles que lo rodean.
Ubicado en el antiguo Jaume de Provença, la primera estrella Michelin de Barcelona, en la calle de Provença 88, el Tastem no es un restaurante que aspire a lucir una estrella Michelin en los libros gastronómicos del Estado, sino que va en busca de una estrella, o más, en los corazones y paladares de aquellos quines estamos hartos de ver como las cartas de tantos y tantos restaurantes de la capital se transforman en un intento de atraer una demasiada turista que se ve impedida a comer aquello que realmente es propio de nuestro país. Y, Probamos, en este aspecto son los mejores, ya que se han mantenido fieles en la cocina tradicional y catalana como palo de pajar de su carta y sus menús. Todo un soplo de aire fresco cada vez más insólito en la ciudad condal.
Menús y carta a precios populares
Y ya no solo es lo que hay a la carta, sino lo que implica para los bolsillos: precios muy competitivos que ya no se encuentran en ningún sitio con esta calidad de platos. Una carta corta, variada y alegre donde sobresalen las sorprendentes patatas bravas de la casa, la coca de cristal tostada con tomate o los impactantes y buenísimos buñuelos negros de bacalao con alioli. Dos ensaladas primaverales, la burrata con tomates cherry y el tartar de salmón y aguacate conforman los entrantes de la casa.
Los principales se dividen un elegante equilibrio de carnes y pescados. Unas carnes, por cierto, que son de crianza propia y vienen directamente del municipio de Oliana, de donde es Aleix, recordando y preciando los orígenes, así como las patatas, que también son de esta localidad del Alt Urgell. Las verduras, por otra parte, le proporciona el Parc Agrari del Baix Llobregat, en una muestra de sostenibilidad, proximidad y km 0.
La espalda de cordero de Oliana, los dados de meloso de ternera o el filete de ternera sobre patata confitada y crema de setas son algunos platos para los amantes carnívoros, mientras que el canelón de rape, camarones y verduras, los calamarcitos salteados o el suquet de pescado con calamarcitos, patatas y picadason los destacados de los platos con aroma de mar.
De los fuera de carta, es decir, de los menús diario y degustación, escojo probar un refrescante y espectacular stracciatella con pan de aceite de oliva y naranja, preludio de un mini canelón de pollo asado con trufa que se presenta en el plato con una perfección que da pavor de destrozar. El arroz de mar y montaña con un carpaccio de gambas es un plato que me entusiasma tanto o más como el suquet thai con gamba y leche de coco que me llega a continuación y que me inunda el paladar de sabores contradictorios, sublimes y que me hacen levantar de la silla.
Observo mi entorno, con una capacidad para 100 cubiertos, y veo a un público alterno y pintoresco que corrobora que es un restaurante para todas las edades y profesiones: desde la pareja de jubilados que añora la cocina de toda la vida con esta contemporaneidad, hasta los electricistas que aprovechan la media hora de pausa para hacer el menú diario de 19,50 euros o el grupo de quince amigos que se reencuentran en una comida deliciosa.
Abiertos desde el martes al sábado para comer y cenar, y domingos solo comidas, quedo boquiabierto por la cantidad de menús que tienen: más allá de la carta y del menú diario, que siempre es a precio fijo y con seis o siete primeros y segundos a escoger, está el menú para grupos, el menú Tastem, que es semanal y cuesta 25 €, y el menú de fin de semana, a 25 € y solo ofrecido a los mediodías.
¡Y los postres, finalmente! Los recito todos, los de carta y menús. Ensalada de frutas naturales; yogur con mermelada de frambuesas; miel y requesón del Pirineo; brownie de chocolate con nuevos; borracho de ron con nata; piña con menta y sorbete de maracuyá; pastelito massini con fresas; o un barquillo rellenado de requesón, galleta y miel.
Variedad de comensales en abundancia, en la que falta, precisamente, el toque turista que no se deja ver por una sala dominada por Nacho, un camarero inteligente y con una sonrisa de oreja en oreja constante que reparte la dulzura de los platos con una armonía apasionada y que hace enloquecer a las clientes de la tercera edad que, a buen seguro visitan el Tastem para poder saludarlo. Qué suerte, y que continúe así: ¡larga vida a la cocina tradicional!