Después de las fiestas de Navidad, los gimnasios se llenan día y noche de personas que quieren bajar los kilos ganados y sentirse bien con ellos mismos. En mi caso, sin embargo, me considero firme negacionista de un gimnasio, espacio que no pienso pisar nunca. Ahora, claro está que he pecado comiendo escudella, canelones, pollo asado y fricandó, entre otros. Y, por lo tanto, me tengo que sumar a la moda de hacer deporte y volver a la rutina de la actividad física. Es por eso que con el grupo de amigos optamos por la naturaleza y el senderismo y hacer una ruta clásica y tranquila como es la cima del Matagalls. No obstante, nuestro propósito de romper con el festín perpetuo de Navidad se ve interrumpido por el restaurante Coll Formic, que visitamos una vez acabamos la ruta y nos enamoramos de esta cocina catalana y tradicional tan bien elaborada.

Desesperados con un hambre que daba pavor, nos dejamos llevar por las recomendaciones que habíamos oído a lo largo de la excursión. No nos engañemos tampoco, ya que una vez llegas al parking de Coll Formic, el restaurante queda allí mismo en la carretera y es la opción fácil y más cómoda. Pero es que, además, el cenit de la suerte llega cuando esta comodidad se traslada al paladar en una deliciosa selección de platos de la cocina de toda la vida. En definitiva, una oda a los restaurantes de carretera y a la cocina familiar bien ejecutada.

Restaurando de carretera Coll Formic / Foto: Jordi Tubella
El comedor de Coll Formic / Foto: Jordi Tubella

Acabamos la última bajada, los últimos 200 o 300 metros, visualizando la fachada del restaurante y haciendo malabares mentales de lo que tendrán a la carta y cruzando dedos para que haya un buen pan con tomate y carne a la brasa que satisfaga nuestros estómagos. Lo que recibimos primero, sin embargo, es una calurosa bienvenida de la familia que regenta el negocio. Nos señalan la mesa e inmediatamente deduzco a través de aquellos manteles a cuadros blancos y verdes y las sillas de madera que lo hemos acertado: ¡comeremos muy y muy bien!

Restaurando de carretera Coll Formic macarrones / Foto: Jordi Tubella
Macarrones gratinados impecables / Foto: Jordi Tubella

El restaurante abrió en 1986 con Joan y Maria, primera generación del negocio, que lo impulsaron como bar. Más adelante se añade Anna Ramírez, la segunda generación al frente, reafirmando la apuesta por los desayunos de tenedor y las comidas de carne a la brasa. Son siete trabajadores, me explica, y trabajan con armonía y de manera coordinada para dar de comer a motoristas, ciclistas y excursionistas, que son a grandes rasgos el tipo de comensal que aterriza.

Restaurando de carretera Coll Formic carne a la brasa / Foto: Jordi Tubella
Parrillada de carne a la brasa fabulosa / Foto: Jordi Tubella

El lunes y martes tienen cerrado, pero de miércoles a viernes ofrecen un menú de mediodía de 15 € espectacular. Durante los fines de semana la única opción es remover entre la suculenta oferta de la carta y los platos de temporada. De este último bloque el que me encuentro son las alcachofas al horno, la crema de setas o de calabaza, los espárragos verdes a la parrilla, la sopa de cebolla o tomillo y los garbanzos con tocino. Con respecto a los segundos, el conejo al ajillo, las albóndigas con sepia, el pollo asado con ciruelas o el jabalí estofado. ¡Es imposible escoger solo uno de cada!

Restaurando de carretera Coll Formic / Foto: Jordi Tubella
Vistas aéreas del restaurante Coll Formic bajando del Matagalls / Foto: Jordi Tubella

Adentrándonos a la carta, configuran los entrantes las diversas ensaladas, la escalivada y la esqueixada, pero también hay calientes, como la berenjena rellena, las patatas de Olot, unos macarrones gratinados de la abuela al más puro estilo tradicional, croquetas de todo tipo y canelones de carne o de espinacas. Precios que no superan los 10 €, a excepción de un par de platos, y donde las cantidades son bastante abundantes y generosas. Pasamos a la siguiente página para leer los guisos y las carnes a la brasa. Ahora la cosa se pone seria…

Restaurando de carretera Coll Formic / Foto: Jordi Tubella
Panorámicas preciosas desde el interior del comedor de Coll Formic / Foto: Jordi Tubella

Dibujo en mi imaginario el grito de fondo de Laporta cada vez que canto un plato, así que procedemos a cantar la alineación. Churrasco con guarnición, bistec con guarnición, entrecot de 450 g con patatas o judías, cordero de cuatro piezas, conejo con alioli, mejillas de cerdo a la brasa y, en última instancia, la joya de la corona: la parrillada de carne con guarnición. De los guisos, manitas de cerdo con guisantes, ternera con setas, bacalao con pasas o chanfaina, confite de pato con peras o naranjas, callos, codillos al horno o pollo con gambas. Unos postres desglosados en un enorme pastel de queso, la crema catalana o el coulant de chocolate con helado de vainilla o nata son el colofón de un final de comida estupenda.

Casi cuarenta años después, Anna muestra el orgullo de que Coll Formic continúe de pie. Ahora bien, de la familia solo queda ella y la opción de que salga adelante dependerá de sus hijos y una hipotética tercera generación. “De momento, abrimos cada día y, aunque el restaurante no ha crecido, se mantiene intacto y eso ya es bastante meritorio”, comenta ilusionada.