A escasas 48 h de obtener una estrella Michelin, Oliver Peña, chef de Teatro kitchen & bar, muestra un entusiasmo contenido. Un servicio normal, ninguna alharaca. La cocina vista fluye con precisión tanto por los que se sientan a primera fila, a la barra con vistas a aquello que sucede entre fogones, y para los que se sientan en las mesas repartidas entre las dos salas. Algún abrazo furtivo. Pero la vibración de felicidad se nota, flota por el ambiente. "Para mí, el más bonito fue cuando devolvimos Agostina Fernández (jefe de sala), Xavi Solé (sous-chef) y Cristina Losada en el restaurante y compartimos la alegría con todo el equipo", expresa en Peña con los ojos humedecidos. Y prosigue: "Ver la ilusión y emoción en este equipo joven por vivir lo que se siente al ganar una estrella Michelin, es para recordarlo".
Oliver ya ha vivido muchos de estos momentos, lleva muchas estrellas a su espalda a lo largo de su trayectoria profesional, muchas de ellas ligadas a los Adrià (La Hacienda Benazuza, 41°, Enimga) pero esta es especial, porque es propia. "Ha sido una locura", explica Peña, "solo en el trayecto de vuelta a Barcelona gasté cuatro baterías del móvil, agradeciendo las felicitaciones y comentando". Valora por encima de todo el afecto, tanto de compañeros del sector, como de clientes y amigos.
Esta humildad, que, por otra parte, puede leerse como tocar de pies al suelo, es algo que engancha de este chef de 43 años nacido en Rubí. "Nada cambiará. Ni los precios, ni los menús, ni la sala, ni el servicio. Nada.", afirma el chef. Con todo el sentido del mundo, ya que un 70% de la clientela de Teatro es de perfil local y muchos de ellos son recurrentes, clientes habituales de la casa. No es muy común que en un restaurante gastronómico de este corte, alcanzando los 100 € por barba tranquilamente. Y este dato indica que en Teatro, se viene a vivir una experiencia que hará viajar al comensal a través del sabor, la memoria y la emoción.
La cocina de Peña sigue en construcción, pero avanzada. El chef confiesa que ha necesitado tiempo, terapia y deporte para arreglarse y reconstruirse en una versión de sí mismo que lo llena de felicidad en un camino que no siempre ha sido fácil. Y en el que, en todo caso, se ha acompañado de su pareja, Cristina Losada, uno de sus puntales. "Me costó aceptar este fantástico Frankenstein que es Teatro" (aludiendo al hecho de que heredó el Tickets con pocos cambios), explica con una sonrisa Peña, pero ya se lo ha hecho suyo, con voz propia que ahora, más que nunca, habla alto y claro. "Fue vital la confianza de los hermanos Iglesias", dice.
"Nada cambiará. Ni los precios, ni los menús, ni la sala, ni el servicio. Nada.", afirma el chef Oliver Peña, del Teatro kitchen & bar que acaba de ganar 1 estrella Michelin
Por fin, en Teatro hay autoría. Peña usa el que ha aprendido y desaprendido para mostrar su viaje vital, tejido de memorias, momentos familiares capturados y sensaciones, en una cocina que premia la intensidad del sabor y no olvida la técnica. Así, sus viajes a México, su amor por la cocina coreana, o los domingos teñidos de aperitivos y vermú se comparten con los comensales en platos como el taco de quelites (un merengue seco de hibiscos en forma de taco, relleno con crema ahumada, la albahaca y quelites o brotes, por encima), el vermutón (patata souflada con mantequilla de oliva, boquerón en vinagre, anchoa y piparra) o el pulpo a la coreana, un divertido pulpo con kimchi frito en el que hay que mojar en la mayonesa, después en el panko y finalizar con un pepinillo encurtido. Los platos que más se ven deshilachar por la sala son la maravillosa tartaleta de nori (alga nori caramelizada, con ganache de foie, wasabi fresco y anguila curada en salsa teriyaki) como oda al umami o el rollo de langostinos de La Ràpita, un brioche con salsa valentina y pico de gallo con langostinos.
Lo que tienen en común todos ellos es el sabor, intenso, reconocible, confortable. Con mirada clara en los ojos y en los platos, Peña navega por recuerdos comunes intergeneracionales (oh, la regañá de puerro, que traslada a las calçotades festivas), lugares íntimos de comodidad y costumbres familiares llenas de afecto. Ahora sí, el chef aparca la timidez para abrirse con autoría y honestidad, abrazando una cocina que, sin dejar de ser técnica, incorpora sus gustos personales. "Si podéis, tenéis que probar la tortilla de patatas de Lalan's, en la avenida Mistral, pues es una de las mejores que he probado nunca".
Por todo ello, tal como el nombre indica, el dinamismo, la diversión y un show controlado es lo que se vive en Teatro, tanto en sala como en la mesa. Las opciones para el disfrute son diversas: desde opciones de carta, menús cerrados (como el Clásico de 75 €, el Teatro por 120 € y el Épico por 180 €) en menús personalizados como el Sorpresa, donde por 100 € por cabeza el comensal tendrá una experiencia hecha a medida. También en la parte líquida: el equipo de sala juega con 260 referencias donde predominan los vinos locales y perfiles muy versátiles, que encajen en todo tipo de paladares. Lo que encaja, y mucho, es el Teatro que mira al futuro con ilusión y confianza. Un barco humano que ha encontrado su rumbo.