Disfrutar de una buena comida en un restaurante depende de muchos factores. Lo más importante, sin duda, es la comida, pero el espacio o la compañía también son determinantes a la hora de pasar un buen rato. Para comer, no hay nada mejor que un buen menú de cocina catalana tradicional; para el espacio, un local emblemático con cien años de historia; y de compañía, la persona que tú quieras y una parroquia de clientes habituales que hablan en catalán mientras piden más vino.

Un espacio icónico

El Bar Muy Buenas abrió puertas el año 1928, aunque la primera referencia que se tiene del local fecha de 1896, cuando la familia Ràfols abrió una bacaladería. Ubicado en el corazón del Raval, en la calle del Carme 63, desde fuera parece más una tienda de segunda mano que un restaurante. Y lejos de ser negativo, el hecho de pasar desapercibido hace que la clientela que entra ya sepa donde va; ni se llega de casualidad ni entran muchos turistas. Con una decoración modernista fiel al interior original de hace un siglo, el Bar Muy Buenas es uno de los locales Emblemáticos segun el Ayuntamiento de Barcelona.

Entrantes Bar Muy Buenas
Entrantes del Bar Muy Buenas. / Foto: Emma Porta

Señores leyendo el diario, parejas conversando con el camarero y la casi desaparecida amabilidad de quien dice 'buen provecho' cuándo entra mientras tú estás comiendo

Lo primero que llama la atención al entrar es el olor. Pero no huele a fricandó ni a albóndigas —la cocina queda al fondo del restaurante— sino que se respira historia. A pesar de las reformas, se nota que es un local centenario y se siente el olor de los muebles y de los años que tiene a la espalda. La entrada es amplia, con un techo alto y una barra a mano derecha. Al fondo, la sala del restaurante es pequeña, pero acogedora, con un techo más bajo y un par de espacios separados por vitrales modernistas. El suelo es de baldosa hidráulica y en las paredes cuelgan todo tipo de recuerdos históricos, como la revista Esplai o carteles de Anís del Tigre. Además, el local tiene un segundo piso equipado con otra barra y unas cuantas mesas más para celebrar acontecimientos privados.

Deshilada de bacallà Bar Muy Buenas
La esqueixada de bacalao es tan buena como parece. / Foto: Emma Porta

Un templo de buena cocina

El Bar Muy Buenas tiene una carta repleta de platos tradicionales y una treintena de vinos de calidad para disfrutar de una comida excelente. Pero además, el restaurante ofrece un menú del día de toda la vida para los clientes asiduos que frecuentan el local. Señores leyendo el diario, parejas conversando con el camarero y la casi desaparecida amabilidad de quien dice 'buen provecho' cuándo entra mientras tú estás comiendo.

Fricandó Bar Muy Buenas
¿Hay alguna cosa mejor que el fricandó? / Foto: Emma Porta
Albóndigas con sípia Bar Muy Buenas
Bueno, quizás las albóndigas con sepia se acercan al fricandó. / Foto: Emma Porta

Todos los platos son muy correctos, sin sabores estridentes y con el confort de disfrutar de la comida catalana por excelencia

Puestos a disfrutar de cocina tradicional, pedimos unas anchoas con pan con tomate y una esqueixada de bacalao para hacer boca; a continuación, probamos el fricandó y las albóndigas con sepia; y de postre, la debilidad por el dulce nos puede y probamos el flan, la crema catalana y los postres de músico. Cada bocado es un placer para los sentidos. Todos los platos son muy correctos, sin sabores estridentes y con el confort de disfrutar de la comida catalana por excelencia, desde el pan con tomate hasta el músico. Además, aunque solo hay un camarero, bien vestido y muy amable, haciendo toda la sala —que esta medio llena— los platos llegan enseguida y casi no has pedido que ya te están sirviendo. Una atención excelente que culmina una comida redonda.

Postres de músic Bar Muy Buenas
Los postres de músico son el mejor invento del mundo. / Foto: Emma Porta

Los precios de los platos son razonables, aunque un poco caros, y la ubicación del restaurante hace que sea un buen lugar para comer, pero no tanto para cenar. La degradación de algunas zonas de la ciudad puede condicionar al comensal si decide que no es buena idea pasear por el barrio de noche.