A escasos metros del Hospital Clínic se puede encontrar un restaurante donde curar el alma. La sensación de confort rodea muchos proyectos de restauración de corte familiar, se respira el esfuerzo vestido de ilusión y, a menudo, se percibe la sensación de estar en casa de otros. El restaurante Soluna se presenta a priori como homenaje a las dos hijas del matrimonio propietario, Teppei Nii y la Xiao Yan Chen: el nombre representa la contracción de las traducciones de sus nombres, Hinata (lugar soleado) y Mitsuki (tan bello como la luna). Pero va más allá: sigue en el mundo de los binomios, presentando una cocina japonesa con influencia mediterránea y prosigue con un reparto de tareas clásico, con Xiao Yan (que ella misma se presenta como Diana) en la sala, y Teppei, en la cocina.
Es, al mismo tiempo, un cierre de círculo: el joven Teppei, que con diez años ya se encargaba de la cocina y la alimentación de la familia con su hermana (porque su madre trabajaba en el hospital), soñó un día, viendo Iron Chef en su Osaka natal, que él sería un chef internacional. Tan pronto como consiguió el certificado que le permitía ejercer a una cocina profesional, decidió enfocar su esfuerzo en la cocina europea: después de una estancia en un restaurante francés puso rumbo hacia Barcelona para aprender la tradición española.
Corría el 2005 y El Bulli seguía siendo un referente mundial que había puesto a Roses en el mapa de la excelencia internacional. Entró en el Grupo Tragaluz y pasados dos años, envolvió sus cuchillos y se trasladó a Niza para trabajar con el chef Keisuke Matsushima, reconocido como mejor chef joven revelación. Cuando vuelve a Barcelona se reencuentra con Hideki Matsuhisa, que estaba a punto de abrir el Koy Shunka y lo enrola para formar parte de su equipo durante 8 años. Años en los cuales el restaurante obtuvo reconocimientos, entre ellos la estrella Michelin el año 2013. Con un bagaje profesional de alto nivel, en el 2019 vuelve a envolver sus cuchillos para, en esta ocasión, cumplir su sueño de infancia de la mano de su esposa, para abrir su proyecto más personal, Soluna.
Teppei lleva dentro de su corazón y de su discurso como creador toda la etapa del Koy Shunka: "De Hideki entendí que el producto local trabajado con técnica era la clave", explica Teppei. Es este profundo conocimiento del producto local el que permite a Teppei elaborar una cocina mestiza, elegante, equilibrada y madura, con platos de excelencia que navegan con desenvoltura entre la tradición mediterránea y la japonesa. El okonomiyaki de cocochas es un ejemplo estelar: a manos de Teppei, la tradicional tortilla japonesa se elabora con masa de crepe para que el exterior crujiente esconda en su interior unas amorosas cocoches en el pil-pil, con corona de katsuobushi. La zamburiña con cremoso de patata y salsa ponzu o el wagyu A5 (de Miyazaki) con guisantes del Maresme, salsa de miso y tallo de wasabi son otros exponentes de esta cocina de juego técnico de texturas finas.
La calma japonesa, la danza de los ingredientes transformados en un silencio ceremonial, son parte del encanto de esta casa que transmite su cocina vista, el primero que el visitante ve al pasar la puerta. En sala, la Xiao Yan atiende las mesas con una interesante carta de vinos, con referencias eclécticas del panorama nacional e internacional, donde tampoco faltan sugerencias de sake. Un arsenal listo y dispuesto para casar con gastronomía líquida cualquiera de los dos menús que en Soluna se ofrecen: el Soluna consta de 7 pases con postres por 62 €, con la opción de incorporar el wagyu A5 por 80 € en total, y el Festival, que incrementa la fiesta en 9 pases con postres por 98 €.
Soluna es un descubrimiento, un pequeño secreto que se transmite como iniciación porque, aunque la parte de sushi es impecable, lo que enamora de este discreto matrimonio son los platos mestizos, aquellos que permiten al paladar percibir nuestro producto y nuestra tradición con otros ojos y otros sabores. Sin estridencias, ejecutado con la naturalidad de quien sabe qué se lleva entre manos. Así que solo queda sentarse en su mesa y dejarse llevarse por esta corriente de confort. Que no es poco.