Cuando pensamos en cocina italiana lo primero que nos viene a la cabeza es la pasta y la pizza. Dos tótems indiscutibles que gustan a todo el mundo, pero que a menudo eclipsan muchos otros platos tanto o más típicos que los clásicos. Además, en Italia, cada región tiene su propia identidad, y una de las zonas con la cocina más variada es Sicilia. El restaurante Galú, ubicado en el corazón del Eixample, es un siciliano discreto, pero exquisito, ideal para descubrir los mejores platos de la isla.
Un local accesible
El restaurante Galú, ubicado en la calle Rosselló, 290, en Barcelona, es el italiano más accesible de la ciudad. La mejor opción para llegar es el bus. La parada de Roselló - Bailén queda justo delante de la puerta y se puede ir con las líneas 39, 47, 114 y H8 dirección Besòs. Una vez llegas, el local es estrecho y con los techos altos, el espacio típico de los restaurantes del Eixample. A mano izquierda está la barra y al fondo encontramos algunas mesas, la cocina y unas escaleras que llevan al piso superior. Un segundo comedor, igual de estrecho y alargado, ocupa la segunda planta del restaurante. Todo está decorado con un estilo curioso: mesas de madera, sillas metálicas, tierra de baldosas negras y unas paredes blancas de las cuales cuelgan cuadros contemporáneos.
Prácticamente todo lo que sirven en Galú es casero; desde el pan y la focaccia hasta la pasta, pasando por las salsas y los postres
Cocina variada
La oferta del Galú combina platos de la gastronomía siciliana con otras recetas de pasta más populares enfocadas a los turistas. Tienen pasta, pero también ensaladas, focaccia o carne, entre otros. Tan pronto como llegamos, el servicio nos recibe enseguida y nos acompaña a la mesa. Nos entregan la carta y nos hacen cinco céntimos de la oferta del local. Empezamos la comida picando unas olivas y abriendo boca con una copa de vino blanco; un Pinot Grigio Trentino, una de las muchas referencias italianas que tienen en Galú.
Como entrantes, probamos el pan con aceite de oliva y la focaccia, dos opciones caseras de lo más buenas. Si tuviera que escoger una me quedaría con la focaccia, más sabrosa y aromática, pero el pan de la casa también es muy bueno. Probamos también la caponata, uno de los entrantes sicilianos por excelencia. Se trata de una ensalada tibia de verduras con una pinta y un sabor exquisitos. Además, para acompañar la focaccia, pedimos una tabla de quesos italianos, una ración que, además de bonita, es equilibrada. Tres quesos de diferentes texturas y sabores, pero todos muy suaves: parmesano, pecorino y taleggio acompañados de nueces y vinagre de Módena.
Como platos principales pedimos, de entrada, el plato del día, unos bucatini a la amatriciana, y unos espaguetis negros. Pero como las dos pastas llevan una base de tomate, el camarero nos sugiere cambiar los espaguetis por unos pappardelle de queso. Recomendación que aceptamos de buen grado y de la cual no nos arrepentiremos. Los bucatini son deliciosos; se trata de una pasta parecida a los espaguetis, alargada, pero vacía por dentro. Una forma que le confiere más textura y que hace que morderla se parezca más a comer macarrones que espaguetis. El único inconveniente de esta pasta es que cuesta más de enrollar y comer, pero solo por la salsa ya merece la pena pedirla. Por otra parte, los pappardele son también exquisitos: sabrosos, cremosos y bastante contundentes.
Para redondear la comida, no nos podíamos marchar de un siciliano sin probar el canolo y el tiramisú. Los dos postres son caseros y buenísimos. De hecho, prácticamente todo lo que sirven en Galú es casero; desde el pan y la focaccia hasta la pasta, pasando por las salsas y los postres. Un valor añadido que se nota mucho en cada plato, pero que no hincha el precio final.