Barcelona ha visto como en las postrimerías del año toda una serie de pequeños proyectos arrancaban el vuelo con mucho empuje. Uno de estos lugares se llama Mina, en Casanova por encima de la Diagonal, y es un nuevo giro sobre el restaurante italiano clásico que conocemos.
Restaurante Mina: más allá de los tópicos italianos
Italianos hay muchos en esta ciudad que se ha convertido en casa por nuestros vecinos mediterráneos. Tenemos suerte, ya que el efecto que el personal de hostelería que cambió la península Itálica por la ibérica ha aportado grandes cosas a las cocinas y a las salas barcelonesas. Sin embargo, si bien la oferta es amplia (es posible que todos los tipos de pizza y de bocadillos italianos tengan, como mínimo, una embajada en la ciudad), a veces cae en la repetición. No es el caso de Mina, que es una variación, sin perder la armonía, de una cocina italiana menos conocida en nuestra casa, riego con vinos naturales.
Oliviero Causa, Jacopo Serena Monghini y Riccardo Pattaros se han asociado para ofrecer en Mina platos italianos, con una especial atención a la gastronomía del norte de su país. La croqueta de bollito misto (que sería un poco como el cocido) con salsa verde unen los dos países en un bocado crocante, comilón y sabroso (no es otra croqueta que le falta sal, como acostumbra a pasar por todas partes). Los mejillones van al scapece, en una bajada hacia el norte, para regarlos con el escabeche típico napolitano, de vinagre, calabacín y menta.
Durante la visita, sentada en la barra, también pruebo las vieiras con calabaza y un caldo de mar y montaña, una combinación perfecta, yodada y sabrosa, con el matiz dulzón de la cucurbitácea. La lengua tonnata con pimiento escalivado quedará para la siguiente, pero ataco con hambre los puerros confitados con pistachos, scamorza affumicata y rúcula, una receta que huye completamente de aquellos puerros demasiado desnudos, que se presentan solo horneados y sin nada que les aporte nada de gracia especial.
En la carta solo hay un plato de pasta porque la cocina italiana, a pesar del estereotipo, es mucho más que eso. El plato en cuestión no podría haber estado mejor escogido: ravioli relleno de crema de setas con una salsa que tiene un toque de café. Hay cinco, pero haréis corto si sois dos con hambre, o sea que mi recomendación es que todos nos ponemos pesados para que ofrezcan dos tamaños de ración, la normal y la extra, o que pedís dos platos de estos deliciosos raviolis hechos por el cocinero Federico Tiseyra, que no es italiano, pero tampoco le hace falta para bordar con mano derecha la cocina que se hace en el Mina.
Para acabar la parte salada, un plato trentí que solo se hace aquí, canederli, un ejemplo de cocina de montaña: albóndigas con base de pan y jamón speck, con los añadidos propios de pato, un poco de rábano picante rayado y un caldo que lleva grappa donde se ha infusionado manzanilla. Parece extraño, pero se tiene que probar el gusto delicado de esta elaboración única en la ciudad.
El colofón es dulce: se agradece que se cuiden los postres, bien trabajadas y afinadas, nada empalagosas. Las capas de cítricos, ricotta, maíz y merengue encajan perfectamente, y dejan un regusto en la boca que piden, pronto, más Mina.