El Clot está de moda. O eso pienso. Lo sé por los precios de los alquileres, que suben sin parar, y porque, poco a poco, la oferta gastronómica del barrio ha dado un salto adelante en todos los sentidos, a otras cocinas y a nuevos estilos, y se mezcla con el bar y el restaurante de siempre, en una fusión enriquecedora para todo aquel que pone los pies. Hablo de sitios como La Bodega Carol o El Celler Panotxa, el restaurante Khao Thai o el colombiano Muysca. Y entre ellos, con un menú del día espectacular en forma, contenido y relación calidad-precio, se encuentra también el restaurante Lanto.
Restaurante Lanto: enamorar al gastrónomo más famoso
El restaurante Lanto ha causado furor. Lo hizo cuando abrió, cuando sedujo al gastrónomo más famoso de este país, Mikel Iturriaga, que cantó las alabanzas, y cuando llegaron las oleadas de clientes que lo habían leído –y que han hecho de reservar un mediodía cualquiera una tarea casi imposible– también los dejó desconcertados.
Y no me extraña. En el Lanto se entra por la cocina, que está abierta, impoluta y arreglada, bien equipada, y se trabaja a toda máquina, sin que falte un saludo cálido cuando pasas por delante. La sala es agradable y la hacen cómoda los que trabajan: no hay estridencias pretenciosas en ningún sitio, ni al interiorismo ni al trato al cliente, sino que todo es transparente y luminoso. Se agradecen los buenos ventanales que dejan pasar el sol y también curiosear qué pasa en las calles del barrio en la brevísima espera hasta que llegan los platos. Recordamos que es un menú del día y aquí uno se pone a ello, y que por la noche, más descansadamente, ofrecen un menú degustación a unos 40 €.
¿Cómo han logrado este éxito? Trabajando de lo lindo un menú de mediodía de 17,50 € que incluye tres pequeños entrantes, uno principal (carne o pescado), postras y bebida. Cuando fui, los tres entrantes se complementaban bastante bien: chalota escalivada con lechuga china marinada, requesón salado con aceite de cilantro y crujiente de cebolla, boniato a la brasa con butifarra negra y judía tierna encurtida y laminada finamente. De segundo, pollo a baja temperatura, acabado a la brasa con puré de patata o bonito a la brasa con crema de chirivía, que era delicado y delicioso, y cocinado en el punto justo para que la fibrosidad del bonito no haga acto de presencia y la carne sea tierna y untuosa gracias a la grasa de este pescado azul.
Para acabar, unos postres eficientes, que resuelven aquel deseo de dulce al final del menú, pero que, al mismo tiempo, han sido hechos con bastante cuidado para no empalagar: un pequeño brioche de té negro con compota de manzana y mermelada de fresa, coronado por un buen sombrero de nata y rematado con un polvo crujiente. El único espacio de mejora está en los vinos en copas, pero este es un mal común que sufre toda la ciudad. Y si al final tengo razón y El Clot está moda, brindaré, aunque sea con agua, para que lugares como El Lanto sean los abanderados.