El restaurante Jiribilla ha cumplido un año. Situado en el corazón de Barcelona, junto al mercado de Sant Antoni, Jiribilla es la personificación del talento del chef Gerard Bellver quien, tras haber pasado casi tres décadas viviendo en México, ha vuelto a su ciudad natal trayendo consigo un extenso bagaje de técnicas y sabores que, combinados con productos frescos y de proximidad, hace correr la brisa del Caribe por unas calles bañadas por el Mediterráneo.
Los cumpleaños saben mejor acompañados
En su cena de cumpleaños, celebrada el pasado 10 de octubre, Jiribilla contó con la participación de otro de los restaurantes más “top” de Barcelona, Suculent (rambla del Raval, 45) y las creaciones de su cocinero jefe, Toni Romero. Juntos, Bellver y Romero crearon un menú degustación de doce platos –dos entrantes, ocho principales y dos postres- que no dejaron indiferente a nadie. La premisa que guía los pasos de Jiribilla, la de una cocina mexicana confeccionada con productos del mercado local, quedó patente en cada una de las propuestas gastronómicas de la noche, desde el ceviche de gamba roja hasta los mejillones en escabeche, pasando por unos exquisitos canelones rellenos de liebre a la royale.
El maridaje, de la mano de Ferran Centelles, drinks manager de elBullifoundation, complementaba este tándem concebido a modo de “cuatro manos, una nariz” de los chefs Bellver y Romero, con elecciones tan acertadas como el Agosarat Gran Reserva de la bodega Cava Guilera, un refrescante acompañamiento para los entrantes: infladitas de cangrejo (unas tortitas muy ligeras hechas a modo de soufflé y rellenas de crema de maíz y cangrejo con un ligero toque picante) y croquetas de pato asado.
Aunque los ejotes (como se refieren en México a las judías verdes) salteados con almendras y servidos sobre una emulsión de yema de huevo, y la remolacha bañada en una salsa beurre blanc potenciada con anguila ahumada estaban para chuparse los dedos, la estrella de la cena, sin lugar a dudas, fueron las lentejas. Un plato de lo más tradicional y, a priori, simple, que, guisado con un caldo de carabinero, dejó a todos los comensales deseando poder llevarse un tupper para poder alargar la experiencia de saborear este delicioso plato.
La raya a la mantequilla negra y los tacos de rodaballo salvaje, junto con una copa de Roca del Crit, un vino tinto DO Empordà, consolidaban la presencia de platos de mar antes de poner el broche final con los citados canelones de liebre. Llegados a este punto, el paladar ya pedía algo dulce y fue recompensado por doble: por una parte, unos fresones rellenos de chocolate blanco y yogur junto con unas pequeñas bolas de gelatina de un interesante sabor a rosas; y, por otra, un milhojas de maíz -un producto presente en la mayoría de los platos propuestos por Jiribilla- y cajeta, un dulce típico mexicano elaborado tradicionalmente con leche de cabra y azúcar cuyo resultado final se conoce como el dulce de leche de México.
En definitiva, la fusión de Jiribilla y Suculent, aunque fuera solo por una noche, ha dejado claro que ambos restaurantes están a la altura de su renombre, y ha consolidado Jiribilla como el restaurante mexicano mejor reinventado de la capital catalana con el toque único de un talento excepcional.