Por el nombre, Bar Chiqui, uno se podría pensar que se trata de un bar de barrio como los de siempre: con desayunos, cafés, quintos y tapas para picar. En el Chiqui, todo este escenario convive con una propuesta japonesa refinada y de gran calidad. ¡Único en la ciudad! Y todo es un tema familiar y una historia en la que una familia, unida, supo salir adelante de un contexto pandémico con ilusión renovada.
En Douglas Alves, sushiman, justo había entrado al equipo del estrenado Nobu de Barcelona cuando la pandemia arrasó con su proyecto de futuro. El mismo le había pasado a su suegro, Enric Riasol, que había cerrado su bar, el Chiqui, que estaba abierto desde 1959, cuando sus padres levantaron la persiana por primera vez. Enric fue quien animó a Douglas a usar la pequeña cocina del Chiqui para hacer producción y montarse un delivery de sushi. Esta propuesta pronto se convirtió en una realidad, y en nada, en una sensación: el barrio respondió con entusiasmo y la fama del sushi del Chiqui fue tal, que desde la zona alta llegaban taxis para recoger las bandejas de makis, nigiris y sashimis.
Lo relata Douglas con una brizna de estupor, todavía. Nunca habría imaginado que aquella solución de emergencia se convertiría en un concepto que ha sobrevivido a la pandemia con una salud absoluta y un público fiel que combina las famosas gildas de Enric con los hosomakis de Douglas. Un vaso de vermut de Reus, también a la venta a granel, es el preludio imprescindible para todo parroquiano del Chiqui, acompañado de las anchoas del Cantábrico, limpiadas por el mismo Enric, tal y como aprendió de sus padres. Conviven dos mundos con naturalidad armoniosa: a las mañanas, el Chiqui de siempre ofrece desayunos y aperitivos; por el mediodía, un menú de sushi salpicado con otros platillos de tradición japonesa como el yakimeshi, un arroz frito con pollo y calamar o la sopa de vieira a base de miso.
La clave de estos dos mundos tan bien avenidos la expresó Douglas cuando la normalidad les hizo repensar qué sería el Chiqui postpandémico, visitando Tokio con Sònia: los bares populares de la ciudad nipona, que servían sushi y otros platillos streetfood, se parecían mucho al bar de Enric, explica Douglas. Esta aseveración asentó las bases del Chiqui del futuro: bar de día y sushi bar de mediodías a noches.
El menú de mediodía consta de 4 primeros y 4 segundos a escoger, con postres o café y bebidas excluidas, por 14,50 €. Las 10 piezas de sushi variado, seleccionados según el criterio de Douglas, son el plato estrella y siempre tiene presencia en el menú. Todos los platos, de hecho, están disponibles a la carta, como los langostinos en tempura o el hosomaki crispy salmon, con salmón tempuritzado en panko con aguacate y recubierto con tartar de salmón y salsa unagui. De los postres, se habla maravillas de las trufas caseras de té verde. Estas delicias, si se desea, están disponibles para llevarse, con un pequeño plus de 50 céntimos.
El Chiqui es un ejemplo de la nueva Barcelona, la que fusiona sin reproches ni complejos una realidad tradicional con la llegada de las cocinas internacionales, como la japonesa. Y con esta naturalidad, revoluciona el escenario: no hacen falta salas decoradas por interiorista ni detalles orientales minimalistas para mostrar elegancia. Solo se requiere buena materia prima, un buen chef que ejecute con respeto y una clientela ávida de zampárselo sin parafernalias. Así de sencillo y así de rompedor.