Es martes, hace buen día y tenemos hambre. Cogemos el bus y sorteamos el intenso tráfico del Eixample antes de llegar al restaurante. Estamos en la parte baja de la calle Muntaner, junto a Gran Vía y plaza Universitat. Nos dirigimos a La Tartareria, un restaurante con un nombre que no engaña, pero del cual no tenemos muy claro qué esperarnos. ¿Solo hacen tartares? ¿O la gracia es que solo sirven comida cruda? Estamos a punto de descubrirlo.
Como en casa
Cuando abrimos la puerta, Tere, jefa de sala, nos recibe con una sonrisa y nos invita a pasar. "¿Oriol, verdad? ¡Bienvenidos, os podéis sentar en aquella mesa, enseguida os atiendo!", nos dice mientras continúa la conversación con los clientes de la mesa de al lado. El restaurante está lleno; al menos la zona que podemos ver. El local es estrecho y alargado y se divide en tres espacios: un primer comedor en la entrada, un pequeño rincón con la cocina abierta al medio y unas cuantas mesas más al fondo. La decoración es sencilla, con tonalidades marrones y una lámpara sobre cada mesa que emite una agradable luz cálida. Lo que más llama la atención, sin embargo, es el dibujo que preside la pared blanca de la derecha. Una bonita ilustración sobre el proceso de elaboración de un tartar, con todos los ingredientes y una pequeña explicación de los pasos.
En pocos sitios pasa que el entrante de cortesía te haga venir tanta hambre como lo hacen los de aquí
Tere se acerca, nos ofrece las cartas y nos hace cinco céntimos de cómo funciona el local. Tienen un menú de mediodía por 25 € y dos opciones de menú degustación (clásico y experiencia), una oferta muy correcta teniendo en cuenta que se trata de un restaurante recomendado en la guía Michelin. Pedimos el menú degustación clásico y mientras nos traen un poco de agua fría, pido también una copita de vino blanco, un Camiño dos Faros de la DO Ribeiro para empezar la comida.
Inicio de escándalo
La comida no podía empezar mejor. Los entrantes, aparte de tener muy buen pinta, son exquisitos. En pocos sitios pasa que el entrante de cortesía te haga venir tanta hambre como lo hacen los de aquí. Seguidamente, la ostra, que puedes pedir fresca o a la brasa, es igualmente deliciosa. Los platos principales, como no podía ser de otra manera, son tartares hechos con productos y elaboraciones diferentes. Cuatro de pescado y tres de carne, todos diferentes y muy divertidos.
El primero es un tartar de gamba servido con una tostada de cereales muy fragante. Un universo de sabores infinito, divertidísimo de probar; en cada mordisco quieres comer más para intentar aislar todos los sabores diferentes que se esconden detrás de las flores que decoran el plato. A continuación, un tartar de lubina suave y cremoso, uno de vieira con un sabor muy característico y uno de pez limón con calabacín amarillo y salsa verde. Este último es mi preferido hasta el momento, pero todavía tiene que llegar el mejor plato de la comida.
Pasamos a la carne
Vamos por la mitad de la comida y es momento de sacar la joya de la corona. Para maridarlo, pasamos al vino tinto, una copa de La Guineu d'Argent, de la DO Penedès. El tartar clásico de ternera es el que preparan en todas partes; pero lo que hacen aquí no se parece a nada que haya probado antes. La carne, cruda y picadura muy fina a cuchillo, se sirve sobre un milhojas de patata cocido a la perfección. Cada mordisco es denso, fresco, crujiente y con un punto picante excelente. Una combinación de texturas y sabores muy agradables y placenteros. El segundo tartar de carne es igualmente exquisito. Es un tartar, valga la redundancia, con auténtico sabor a carne. Crujiente, meloso y con un acusado sabor muy parecido al de la carne a la brasa, es un tartar potente.
Vale la pena venir al restaurante solo para probar estos dos postres superlativos
Desgraciadamente, no tenemos tiempo de disfrutar del último plato. Vamos justos de tiempo y preferimos pasar directamente a los postres, pero hay que decir que el servicio es, en todo momento, atento, ágil y muy profesional. Solo hay dos personas sirviendo toda la sala —que está llena— y el rato entre plato y plato es corto y con la explicación justa para no interrumpir demasiado a los comensales.
Y si la carne era buena, acabar la comida con estos postres es un placer sublime. Semifrío de fresitas, granita y sorbete de fresas y ganache de chocolate, helado de nata y merengue de café. Los de fresas son unos postres refrescantes con diferentes texturas y un sabor en fruta delicioso y adictivo; por otro lado, los de chocolate son un poco más contundentes, también con diferentes texturas y con un sabor intenso a chocolate y café exquisito. Vale la pena venir al restaurante solo para probar estos dos postres superlativos.
Acabamos la comida con un cortado mientras el chef, Pedro Silva, nos sale a saludar. Un cocinero con un futuro brillante, que elabora, sin ningún tipo de duda, los mejores tartares y postres de la ciudad.