(Este restaurante se encuentra actualmente cerrado)

¿A qué vamos, a Castelldefels? Seguramente, casi todo el mundo responderá lo mismo: a darnos un bañito cómodo cerca de Barcelona. Baixador, La Pineda y Lluminetes son las tres playas de Castelldefels que suman más de 5 km de arena y mar y, quizás, las primeras que valen un poco la pena no demasiado lejos de la ciudad. Al salir, encontramos una pila de chiringuitos y bares, pero con este calorro el arroz cuesta y el cuerpo pide cosa fresca, como un vermú, unas olivas, una tapa de camarón salado, latas variadas y, si nos animamos, unos buenos trozos de cecina, de bull blanco con trompetas, unos choricillos picantes, migas y oreja de vez en cuando. Todo eso y mucho más te lo llevan a la mesa con una sonrisa en la Bodega Termes (Passeig Garbí 185), a 350 metros del agua.

Si me dicen que el local está en el Caribe, me lo creo. Piedra gruesa y blanqueada configura el patio que es la sala y que es, a su vez, el recibidor. También da la sensación que entremos por la puerta de un párking en un taller de coches tropical, con la diferencia que de aquí sales con los tornillos fijados y el motor engrasado por un precio mucho más económico que de casa del mecánico.

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Foto: Bodega Termes

Una vez dentro, la bodega es una bodega: o sea, es un despacho de vinos y licores a granel, con su oscuridad correspondiente. Nos podemos sentar cerca de la barra, dentro del comedor o volver hacia fuera, en la sombra del parasol, a esperar que lleguen, sobre estas antiguas bobinas de cuerda que ahora hacen de mesa, unas buenas anchoas y los fantásticos boquerones en vinagre que muy pronto nos resbalarán garganta abajo, recordándonos el olor de aquellas aguas de que hace un momento nos han abrazado.

Pero la experiencia bodeguera también funciona a la inversa. Si eres de los que disfruta de hacer el vermú bien repantigada en una silla plegable, con la brisa marina perfumando cada muerdo, puedes pasar por la Bodega Termes antes y pedir que te preparen para llevar un bocadillo de lacón, de jamón ibérico o de queso, un surtido de latas –ya te imaginas pinchando los berberechos y los mejillones en escabeche con los pies en la arena– y un litro de vermú directo de la bota, a unos cuatro euros y pico.

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Foto: Bodega Termes

La Bodega Termes opera desde 1963, el año en que las mujeres iranís votan en unas elecciones democráticas por primera vez aunque Khomeini haga campaña en contra –fue en este momento que recibió el título de Ayatollah con el fin de liberarlo de la pena capital. Por suerte, el sentido común suele salir victorioso: las mujeres iranís, que vieron sus derechos muy limitados, pudieron seguir votando, y el buen saber hacer de la Bodega Termes, aclamado por vecinos y foráneos, le permitió ser, ininterrumpidamente, un oasis vermutero en el corazón comercial de la playa de Castelldefels.