Barcelona está llena de buenos restaurantes de cocina catalana. La de aquí es, sin duda, una de las mejores gastronomías del Estado. Pero si hay una región que también destaca por la calidad, la cantidad y los buenos precios de sus platos es Galicia. En un rincón de la Rambla de Barcelona, escondido entre locales turísticos de cerveza y sangría, encontramos el restaurante Louro, un santuario de cocina gallega con platos caseros y un ambiente familiar.
Un local escondido
Los mejores restaurantes siempre son los más difíciles de encontrar; escondidos en callejuelas y sin hacer mucho ruido, los buenos locales huyen de las masas y se aseguran una clientela fiel. El caso del Louro, justo en medio de Barcelona, no es una excepción. El restaurante se ubica en el primer piso del número 37 de la Rambla de los Capuchinos, al lado del Centro Galego de Barcelona.
Llegar no es fácil; el portal a pie de calle conduce a unas escaleras que hay que subir hasta el primer piso, pasando por delante de un busto de Castelao, hasta llegar a la entrada del Centro Galego y, finalmente, a la puerta del restaurante. Louro ocupa el espacio donde antiguamente vivía la familia Güell. De hecho, desde una de las ventanas del fondo del restaurante se ve el Palau Güell, edificio con el cual está conectado por un antiguo pasadizo de piedra.
Lo primero que te encuentras en la entrada es una mesa alta y una barra que hacen la función de antesala. Más adelante hay un comedor con capacidad para una veintena de personas y al fondo una última sala donde caben una veintena más. Las paredes empapeladas de colores azules y blancos dejan lugar para citas en gallego y algún estante con libros de Galicia. El ambiente es agradable, con un servicio que te recibe sonriendo y mesas llenas de familias haciendo la comida del domingo.
Todos los platos son deliciosos, con los sabores equilibrados y sin ninguna estridencia
Cocina casera tradicional
Louro no es un restaurante de menú de mediodía. Abren solo los fines de semana y las noches del jueves, un horario perfecto para ir en familia. La oferta es ajustada y está bien que tengan pocos platos porque quien mucha abarca, poco aprieta; unos cuantos entrantes, platos principales y cuatro postres. También tienen diferentes vinos, muchos de los cuales son de Galicia. La mayoría de platos son tradicionales, como el pulpo, las zamburiñas o los pimientos de Padrón, pero también tienen un par de opciones más exóticas para satisfacer a los amantes de las modas de la ciudad.
Como entrantes, probamos el pulpo a feira, las zamburiñas con parmentier, las tostadas de sardina y la empanada de ternera con cebolla. Todos los platos son deliciosos, con los sabores equilibrados y sin ninguna estridencia. Tienen el sabor casero que esperarías de un plato hecho con cariño. Destacan el pulpo, cocido y aliñado a la perfección, y la empanada, que más que un plato de restaurante podría ser la merienda que te traía la abuela al salir de la escuela. Como platos principales, Guillermo, camarero gallego y alma de la sala de Louro, nos recomienda compartir un mismo plato porque las raciones son bastante grandes. Recomendación que aceptamos de buen grado. Escogemos la caldeirada de merluza acompañada de unos pimientos de Padrón. El pescado es muy tierno y la salsa que lo acompaña está para mojar pan. De postre, probamos la tarta larpeira, un brioche exquisito, tierno y jugoso que sin duda se convierte en el plato preferido de la comida.
El ambiente de Louro es del todo acogedor. El servicio, además de eficiente y amable, es muy cercano y te hace sentir como en casa. La comida es deliciosa, casera y tiene un precio razonable; en Louro puedes comer por unos 35 € o 40 € en función de lo que pidas y de si tomas vino. En nuestro caso, disfrutamos de un Finca Viñoa blanco, seco y fresco, muy bueno. Un restaurante al cual sin duda volveremos y que es de parada obligatoria si visitas el centro de Barcelona.