Lo comentaba el otro día cuando hablaba del bar Torpedo: en el Eixample hay un chaflán dorado y lleno de una vida que se extiende calle Aribau arriba y abajo. Entre todas las joyas gastronómicas que se encuentran, el restaurante Mikan brilla con el fulgor propio de los locales que triunfan desde el principio. Mikan, que quiere decir 'mandarina' en japonés, recibe el nombre de uno de los gatos de la Tan, la cocinera y propietaria del restaurante que cambió su negocio de fiambreras a domicilio para abrir las puertas a los comensales en este pequeño local presidido por una buena barra. "Cocina del nordeste de Asia", explican (en inglés) en su Instagram.

El negocio en sí mismo, la primera vez que tuve noticia, parecía otro restaurante más destinado a atraer a los expatriados de la ciudad. Y quizás es un poco así, y se agradecería que utilizaran el catalán y/o el castellano en las redes, sin embargo, de alguna manera, han conseguido que el público local caiga rendido ante su combinación de sabores coreanos, japoneses y chinos regados con vinos naturales. Explican que su idea es hacer una propuesta de menú saludable por los mediodías,16 euros, compuesto de un plato principal proteico (también con opciones veganas y vegetarianas) y tres guarniciones: tres verduras preparadas de diferentes maneras, denominadas banchan, una sopa de tofu y wakame y fruta de temporada.

Setas eringi / Foto: Rosa Molinero Trias

Por la noche, el ritmo y la dinámica cambian y se convierte en un bar de vinos de luz tenue y tintineante constante de copas. La apuesta por vino natural es fuerte, tal como se aprecia en la carta lo bastante voluminosa que permite escoger y remover sabrosamente entre referencias nacionales e internacionales. Con respecto a la oferta sólida, es imprescindible pedir su kimchi para ir abriendo boca y, después, como entrante, también destaca la fresca aliñada de ternera con cilantro y aceite picante. Al genio que se le ocurrió cortar delgada la ternera y aliñarla como si fuera lechuga, desde aquí, un aplauso.

Pollo con mala / Foto: Rosa Molinero Trias

Como buena amante de la cavalla, en esta segunda visita a Mikan volví a pedirla. Si aquel junio, solo dos meses después de que Mikan abriera, el plato se me quedó corto en potencia y pensé que alguna cosa le había pasado al pobre pescado que le habían robado gran parte de su esencia (quizás desangrarlo durante demasiado rato), esta vez tenía el punto ideal de intensidad grasienta y marina del pescado azul que más quiero. Ahora la hacen así: cuidada en koji, marcada en la plancha, riego con un caldo aceitoso de cebolla tierna, shiso y daikon.

Caballa / Foto: Rosa Molinero Trias

Si en el Mikan tienen una cosa buena es que hay bastantes platos vegetales, bien trabajados y llenos a gusto, como el de setas eringi, que fueron una gran elección: salteados y glaseados con una salsa ponzu de yuzu, ajo y mantequilla, lo tenían todo: umami, acidez, melositat y aroma. Aquella noche, fuera de carta, tenían un pollo frito adobado con mala, un combinado picantísimo de pimienta de Sichuan y xiles, que por obra del primero (que, de hecho, no pertenece al género de la pimienta), te dejaba la boca bien dormida en cada mis gracias al hídrox-alfa-sanshool que contiene.

Helado de sèsam / Foto: Rosa Molinero Trias

Desgraciadamente, aunque la experiencia prometía, el rebozado era demasiado seco y, el pollo, también, de manera que el hedor de todo secaba demasiado la boca y el vino griego que escogí con el visto bueno del sumiller, no pudo combatir de ninguna manera la fiesta aromática y cociendo que tenía lugar en mis papilas. Este es un detalle importante: si pedís muchas cosas picantes al Mikan, aseguraos un vino que aguante bien el viaje. Para calmar la lengua y para hacer huir lo picante, no hay nada mejor que leche y azúcar, de manera que unas buenas bolas de helado de sésamo negro que llevaba unas nueces y unos dátiles troceados, y un poco de polvo de kinako (soja tostada) rematando el conjunto.