Encontrar combinaciones de sabores nuevos y que encajen no es cosa fácil. Lo saben muy bien todos aquellos restaurantes de alta cocina que destinan esfuerzos ingentes a la creatividad y, sin duda, lo saben también los restaurantes legatarios de una receta que, en tanto que tradicional, es prácticamente inmejorable –no es extraño, pues, que los primeros cocinen sus giros y sorpresas basándose, en buena parte, en los segundos.
El lugar que hoy nos ocupa forma parte de estos segundos. Es el Xian Hui Je, regentado por dos hermanas; le llaman bar-crepería y el concepto nos podría remitir a una cosa afrancesada, a unos crepes de queso y gruyer, un café y un Pernod. La realidad queda un poco más lejos sin embargo, por suerte, también más cerca: en la avenida Meridiana, 307, y en la calle València, 196, hay un pedazo de China y, en concreto, de sus desayunos.
Lo que encontramos en Xian Hui Je es una cosa insólita en nuestra ciudad: son crepes saladas a la manera china
En Barcelona se ha podido merendar como a China, pero desayunar costaba un poco más. En lugares determinados, como al famoso restaurante Chen Ji, podemos encontrar el churro chino (youtiao) que podremos tomar con un vaso de leche de soja para hacer un desayuno clásico. Incluso, en el Forn de Pa Feliz (Roger de Flor, 94) podemos comprar, al lado de bocadillos de jamón, shaobing, un tipo de pan hojaldrado que, aquí, más bien consideraríamos una pasta, y que tiene rellenos tanto dulces como salados.
Pero lo que encontramos en Xian Hui Je es una cosa insólita en nuestra ciudad: son crepes salados a la manera china. La masa, fina y cocinada al momento, está hecha de trigo y de sorgo, que le aporta un matiz en frutos secos tostados. También lleva un huevo hecho tortilla, cebolla tierna china, lechuga iceberg, una buena capa de tahini y también una salsa que no lleva ninguna descripción, pero que por las notas saladas y florales, me huelo que debe ser a base de judías de soja fermentadas. Pienso que así sola ya sería una comida fantástica por 3,50 €, ya sea como desayuno tardío, comida o cena, porque abren de 12 del mediodía a 11 de la noche. No obstante, como en esta profesión mía tengo que poner el cuerpo, añado dos suplementos: un poco de pato y un poco de fibra de carne de cerdo (rousong), que dicho así suen a material de construcción, pero en realidad es un manjar delicioso: una especie de algodón de azúcar a base de carne de cerdo perfumada y ligera. Quien quiera también puede optar por la versión con espinacas y decantarse por otros suplementos, como el lomo de cerdo, el pollo o, incluso, el jamón y queso, para darle el toque francés y hacer un mix intercultural.
Aparte de los crepes también hay platos de tallarines, algunas brochetas y empanadilles y una sopa de wonton al estilo de Shanghai. De todo eso, solo probé los xialongobao, que más que empanadillas son unos panecillos caseros, chiquitines, rellenos de carne y salsa, que se hacen al vapor y se rematan a la plancha. Mientras mi crepe crepitaba intensamente a mis espaldas, sobre aquella plancha como un vinilo, tuve tiempo de encantarme con el pasar hipnótico de los coches por la Meridiana, pero también de ver qué comían en otras mesas, dónde abundaban las crepes pero también otros de los platos que he mencionado antes, y con todos se te hacía la boca agua. Para beber, alguien había optado por la leche de maíz y otros por leche de soja verde, pero en la carta también figuraban una de soja y dátil y otra de soja verde, probablemente hechas en el restaurante o compradas frescas en la ciudad.
No culpo a los chinos de infantilizarnos; solo se protegen: han sabido transformarlo casi todo para comérselo, un arte que encuentro incalculable
También encontré el momento de utilizar el traductor para saber de que se trataba aquel ítem de la carta que no era ni en catalán ni en castellano. Tal como sospechaba, era un plato de casquería guisada, que muchas veces se camuflan un poco en restaurantes chinos por si el público local se marea demasiados con patas e intestinos y cabezas de animales que, de hecho, aquí hemos comido toda la vida. No culpo a los chinos de infantilizarnos; solo se protegen: han sabido transformarlo casi todo para comérselo, un arte que encuentro incalculable, y aunque aquí lo hemos hecho de manera similar, quizás no hemos llegado tan lejos, y la envidia, que con el tiempo se convierte en manía, nos ha hecho fruncir el ceño y pronunciar cosas racistas cuando hemos visto lo que comen otras culturas.