Carísima Meritxell,
Te pedí un cava de categoría para acompañar la comida de la Mercè y me recomendaste Tresor, de Pere Ventura. No te negaré que tenía miedo, una vez más, de que el naming no fuera coherente con la calidad del espumoso, ya que si alguna cosa tiene el mundo del vino es que está poblado de productos con nombres a menudo antagónicos a aquello que designan, pero por suerte esta vez no ha sido así. Lo has vuelto a clavar, una vez más: de acuerdo, Tresor no es ningun gran reserva que esté técnicamente escondido en algun sitio o que haga falta ir a buscar vestido de Indiana Jones, pero es evidente que es un cava que vale la pena tener en casa para abrir en alguna buena ocasión, ya que en realidad, tener una buena bodega en un rincón del piso es atesorar alguna cosa. Antes la gente tenía una caja fuerte con cuatro joyas heredadas de la abuela o la cadenita de la primera comunión, pero los tiempos cambian y qué quieres que te diga, ahora cada vez somos más los que preferimos guardar una buena colección de vinos en la vinoteca climatizada.
Mirándolo bien, el Tresor de Pere Ventura es un poco eso: un cava clásico de toda la vida, con la mezcla tradicional de macabeo, xarel·lo y parellada, pero con una personalidad moderna y atrevida. Como tener guardado con llave en un rincón de casa el escudo de oro y brillantes de 50 años de socio del Barça que te regaló tu abuelo y, al lado, una pequeña lámina de un grafitero como Aryz que algún día quizás valdrá 300.000€ en alguna subasta en Nueva York. Ojalá algún día el precio de la uva valiera un 1% de lo que cuestan las obras de arte contemporáneo, Meritxell, pero como mínimo de aquella uva a menudo despreciada se hacen cavas de categoría como este, elaborado con uvas procedentes tanto de viñas jóvenes como de viñas viejas del Penedès Central y el Penedès Superior, cultivadas y cuidadas, según dice la etiqueta, con absoluto respeto por el medio ambiente y la sostenibilidad. Seguramente sea verdad, no lo sé. Lo que sí que sé es que al cava se le notan los más de 36 meses de crianza sobre lias, sobre todo con respecto a los aromas, con una agradable fusión de tostados, cereales y fruto secos que se mezcla con las fragancias de manzana o cítricos. Si me lo preguntaras, te diría que es un cava más de verano que de invierno, que invita más a disfrutarlo en un mediodía soleado que en una cena otoñal cerca del fuego y que me parece más elegante que atrevido. Más sutil que vibrante. Más refinado que radical.
Ya te lo dije: te lo pedí para comer el día de Mercè y celebrar el santo de me madre, cavista de cabo a rabo y poco amiga de los ancestrales, los cupajes con chardonnay o pinot noir y los inventos creativos que se alejen del champán de toda la vida. Eso sí, más exigente por lo que a los vinos espumosos se refiere que un examinador de la DGT el día que subes a hacer el examen de conducir. Tresor aprobó sobradamente, por eso ha entrado ya en mi particular club de cavas a tener en cuenta -y guardar en casa- para maridar como dios manda una buena comida del domingo, ya que ya sabes que los penedesenses desayunamos, comemos, merendamos, cenamos e incluso hacemos la colación con vino espumoso encima de la mesa. A veces con espumoso bebido en porrón, otras con botellas sin etiqueta e incluso, alguna vez, con cavas de batalla que tienen licor de expedición no apto para diabéticos, pero a menudo vale la pena abrazar la tradición y gastarse cinco o diez euros más el domingo, ya que no sé si el cava hace fiesta o es la fiesta la que atrae el cava, pero sé que beber cava del bueno es una joya no sólo capaz de convertir una simple comida en una celebración, sino también de una cosa mejor: abrir los ojos -o el paladar- a los escépticos del vino espumoso y demostrarles que el vino espumoso hecho en Catalunya es, sencillamente, un tesoro.