A veces se piensa que el conocimiento del vino es reservado para grandes expertos o sumilleres, pero no es así, cualquiera puede disfrutar y al mismo tiempo analizar las sensaciones que este nos produce al probarlo. Solo hace falta afinar los cinco sentidos, bien, mejor dicho, tres sentidos en concreto: la vista, el olfato y el gusto. También interviene el tacto, lo veremos a la tercera fase. Tal como nos explica en el vídeo de esta semana el sumiller de La Bodega de La Gourmeteria, Carla Viladric, descubriremos las tres fases de una cata para poder degustar un vino como un auténtico profesional.
¿Cómo catar un vino? Las tres etapas
Fase visual
Abrimos una botella de vino y servimos un poco, pero no nos excedemos. Primero, oler el corcho. Eso nos dará pistas. Cogemos la copa, por el tallo o la base, así no calentamos el vino. Inclinamos la copa unos 45° sobre un fondo blanco, por ejemplo, una hoja de papel donde haya algún texto. Primero observaremos el color, nos dará una idea de la edad del vino. En general, en un vino tinto, como más rubí o cereza y brillante es el vino, más joven; si es más granate o teja tirando a anaranjado, suele ser un vino más envejecido con crianza.
En algunos casos nos será difícil o imposible leer el texto que hay detrás de la copa, diremos que es un vino de capa alta. Cuando podemos ver claramente a través del vino diremos que es de capa baja. Mediremos la densidad del vino. Cuanta más densidad, más concentración de alcohol, más graduación. Si movemos ligeramente el vino por la copa, observaremos cómo caen las lágrimas de vino. A menor velocidad de caída, más densidad, más graduación alcohólica.
Fase olfativa
Sin agitar el vino, metemos la nariz y olemos. Primero localizaremos los aromas primarios, son las propias de la uva, de naturaleza frutal o vegetal. Agitemos la copa ligeramente para que el vino entre en contacto con el oxígeno y desprenda más aromas, los secundarios, los que se originan a la fermentación tanto alcohólica como maloláctica, suelen ser más numerosos en vinos jóvenes.
Seguimos agitando con más energía para dar paso a los aromas terciarios. Conocidos como bouquet, son complicados de adivinar. Se desarrollan durante y después de la crianza del vino y se clasifican en diferentes familias (animal, vegetal, torrefactos, frutos secos...).
Fase gustativa
El ataque son las primeras sensaciones que percibimos cuando el vino llega a la boca. Con la lengua lo pasamos de lado a lado y tratamos de apreciar los cuatro sabores básicos: salado, dulce, ácido y amargo. Un vino redondo es aquel que consigue el equilibrio perfecto entre los cuatro. En segundo lugar, determinamos la textura (definida con adjetivos como seda o terciopelo), y aquí está donde interviene el tacto. Notaremos suavidad o untuosidad como factores positivos, o astringencia y rugosidad como negativos.
Analizaremos, en tercer lugar, la vía retronasal. Una vez nos tragamos el vino (o lo escupimos), expulsamos el aire por la nariz. Si durante un tiempo percibimos las mismas sensaciones, diremos que este vino es de larga retronasal. Finalmente, destacaremos qué final nos ha dejado el vino. Puede ser tánico, ácido, puede no tener un final muy definido, incluso puede tener un final poco agradable. Según la persistencia del final, se puede hablar de un vino corto (si dura menos de dos segundos), medio, largo, incluso muy largo (entre nueve y doce segundos).