Carísima Meritxell,
Me enamoré de París, me habría pasado la vida entera divagando por las calles de Roma y no hay día que no tenga ganas de volver a Folegandros, una remota isla griega donde la única ley es la de la calma. Créeme, sin embargo, que de todos los viajes que he hecho en la vida, ninguno había sido tan especial como el que hoy quiero explicar a nuestros lectores: he estado viajando dentro de una etiqueta de vino espumoso. Aunque no lo digan la Lonely Planet o el National Geographic, si se quiere pasear por viñas más que centenarias, si se quiere andar por caminos tan antiguos como la lluvia y si se quiere respirar el peso de la historia en un paisaje cuidado desde 1385, descubrir el Panoramic Imperial Brut 2015 de Llopart es la forma más fácil de conseguirlo.
Los que lo hemos bebido lo sabemos. Yo ya hace tiempo que comprendí que beber vino espumoso es una forma de huir del mundo para elevarse a otro mundo, quizás menos terrenal. Quizás más onírico. Quizás fabulosamente real, ya que no sé si a ti también te ha pasado, Meritxell, pero yo he bebido este corpinnat de Llopart y he recorrido el rastro de olivos, he dormido en masías dignas de un tiempo que ya sólo late en las fotografías en blanco y negro y, también, he llegado en lo alto del castillo de Subirats, destruido durante la Guerra de los Segadors, para sentarme a disfrutar del atardecer con la imponente cordillera de Montserrat en frente. Si Miquel Martí i Pol escribió a Deixeu-me dir que "una nit qualsevol/ el vent s’endurà totes les paraules/ que hem malmès de tant dir-les sense amor./ I l’endemà serà com si ens alcéssim/ després d’una nit de vint segles", yo digo que un día cualquiera este espumoso se te lleva a un viaje sin palabras, pero lleno de sabores y aromas, con o sin amor. Y en efecto, al día siguiente, o sencillamente cuando acabas la botella, tienes la sensación de volver después de una estancia de 48 meses.
Si este es el vino espumoso que bebería Cristopher Nolan es porque cuando vuelves del viaje, al igual que pasa enInterstellar, el mundo se mueve a una velocidad diferente de la que tú has vivido en tu periplo dentro de la etiqueta. Lo que para todo el mundo son treinta o sesenta minutos, que es el tiempo que tarda una pareja en vaciar una botella de vino, para ti han sido 48 meses: un día bebes una copa y de repente estás cuatro años caminando por las pendientes y las terrazas de la finca Heretat Llopart, cuatro años viendo nacer, crecer, morir y volver a nacer las cepas de las más de 100 hectáreas de viña que viven dentro de esta etiqueta y cuatro años, también, respirando dentro de una burbuja de aromas tostados, de miel y frutos secos. Una burbuja, valga la redundancia, donde la atmósfera son burbujas finas nada pesadas que por nada del mundo ahogan. Y poco a poco, mientras a fuera pasan minutos y dentro pasan meses y años, vas amando aquel paisaje y vas entendiendo que el Penedès entero puede entenderse desde aquellas tierras, aquellas vistas y aquel castillo.
Sí, como si aquella panorámica fuera la metonimia de una tierra entera a medio camino entre el mar y la montaña. Una tierra legendaria. Por eso vas comprendiendo que Llopart es el nombre de una marca, que a su tiempo deriva del nombre de una bodega, pero que sobre todo es el apellido de una famíla arraigado en aquel pequeño mundo capturado dentro de una etiqueta desde que un tal Bernardus Leopardi, hace más setecientos años, inició la leyenda que siglos más tarde remacharía un descendiente suyo, el año 1887, elaborando el primer espumoso hecho en aquella finca. Y así hasta ahora, cuando justo hace un par de semanas la última generación de los Llopart ha presentado el Llegat Familiar, el espumoso de larga crianza dedicado al recientemente traspasado Pere Llopart y su mujer Jacinta. Un vino eterno que he tenido la ocasión de probar, Meritxell, pero que se me escapa del presupuesto, ya que seguramente la eternidad es cara, por eso he preferido hablar hoy del Panorámico: porque es bueno, porque es especial y porque cuesta menos de 16€, pero en este caso el precio es relativo, ya que como todo lo que es bueno en esta vida, viajar dentro de una etiqueta es una cosa que no tiene precio.
Un abrazo,
P.